Seguramente porque en los últimos tiempos me dejo sentir todas las experiencias que transito y todas las personas con las que me cruzo, lo que vivo no lo vivo sin más, sino que es como que va percutiendo algunas teclas dentro de mí que me hacen vibrar.
Hoy presto atención a la vibración que me provoca leer sobre la última persona entrevistada por Lucía Terol de http://www.sencillezplena.com. Antonio es alguien que decidió vivir viajando al menos durante 1000 días. Trabajando dos días de los siete de la semana, y disfrutando sin prisa de los otros cinco. Seguramente os preguntaréis ¿y cómo lo consigue?. Os invito a visitar su blog «inteligencia viajera» para conocer más detalles sobre su experiencia.
Cuando leo sobre este tipo de personas, algo se mueve dentro de mí. Algo que detecto, es muy poderoso, porque me provoca dolor de tripas.
Y ya aprendí hace tiempo que el dolor de tripas es un buen indicador de la conexión (o desconexión) que siento con lo que me lo despierta.
En este caso es un dolor de tripas que identifico como emoción, como una gran sonrisa a nivel del estómago imaginando el placer y el bienestar de la otra persona (en este caso de Antonio), la satisfacción de prestar atención a la coherencia entre el sentir y el hacer, el tener… en definitiva… el ser.
Es un dolor de tripas que me lleva a prestar atención a lo que hago y a lo que vivo. A revisar mi escala de valores. Mis prioridades. Que, casi sin buscarlo, me conecta de pleno con mis habilidades y capacidades. En un primer momento, no aparecen mis limitaciones, es curioso. Es como si frecuentar el conocer de la existencia de las personas que viven de manera coherente con sus sueños, resonara en mí con fuerza. Lo interpreto como si conocer experiencias de otras personas que “son” y no tanto que transitan la vida elaborando una manera de “cómo ser”, me pusiera delante de la posibilidad en grado superlativo. Los bloqueos, dificultades y creencias limitantes parecen difuminarse. Las habilidades, capacidades y potencialidades cobran protagonismo y se convierten en los colores que dan vida a los sueños que viajan conmigo.
De repente, saltar desde el borde de lo que parecía ser un abismo hacia lo incierto, se convierte en alzar el vuelo para disfrutar del paisaje.
(…)
Hay personas que viven su vida viajando, otras pintando… El nexo de unión entre todas ellas es que viven su vida tocando de cerca sus sueños. Unos sueños que dejan de serlo para convertirse en la brújula que guía sus pasos.
Escuchar a Antonio me conduce a la siguiente reflexión que quiero invitaros a que os hagáis también: ¿vivo la vida que me hace vibrar?
________
Foto: Fabrizio Verrecchia (En: Unsplash).
Deja una respuesta