Un buen día me despierto después de unas cuantas jornadas dándole vueltas para ver cómo encarar el tema, y me decido a dar el paso.
En realidad se trata de expresar una necesidad como cualquier otra. O no lo es…
Pienso que sí lo es, pero algo en mi fuero interno se mueve de manera distinta a como lo hace otras veces cuando expreso otro tipo de necesidades.
Me doy cuenta de que expresarle a alguien que necesito dinero no lo vivo igual que si pido un abrazo, o una tarde para ir al cine en compañía, un paseo en silencio, o un rato para disfrutar de unas risas con los amigos.
¿Qué es lo que marca la diferencia? – me pregunto.
Hace casi tres años que decidí saltar de la que era entonces mi zona de confort, con un trabajo más o menos estable (aunque hoy en día no sé si alguno lo es) en la universidad, a la zona de la magia. Me gusta más llamarla así que la zona de la incertidumbre porque cuando salté a ella había valorado bien qué repercusiones tendría. Durante meses reflexioné sobre las oportunidades que aparecerían, y también las limitaciones que supondría dar ese paso. Así que para mí no supuso saltar a la zona de lo desconocido, sino a la zona de lo posible. A la zona donde me abría a la posibilidad de vivir la vida que elegía, con aquellos ingredientes que no me vendrían dados fácilmente pero que me aportan valor y que me acercan más a la vida que decido vivir.
Uno de los efectos de aquel movimiento fue empezar a cobrar una cantidad menor de dinero. Primero estando desempleada, y luego sosteniendo un equilibrio delicado para mantener la condición resiliente en los momentos menos favorables.
Cuando decidí saltar a la zona de lo posible, valoré este cambio como positivo incluso con las limitaciones económicas que supusiera en una primera etapa. Construir mis propias fuentes de ingresos no sería fácil, pensé, pero decidí aceptar el reto de conseguirlo puesto que lo sigo viendo dentro de lo factible.
Sostener el equilibrio implica aprender a manejarme en lo incierto. Con lo imprevisible. Con lo que no está previsto. Con lo que aparece y me desafía.
Durante toda la vida han aparecido momentos de más necesidad de afecto, de compartir con la gente que quiero, de respetar mis silencios… y siempre he escuchado estas necesidades y he tratado de darles respuesta (algunas veces con más facilidad y otras con menos). Nunca me he planteado la posibilidad de no hacerlo.
Sin embargo, en mi caso, nunca tuve la necesidad de pedir dinero hasta que dejé mi trabajo “estable”.
En esta nueva etapa, transito un periodo de inestabilidad económica y aparece una nueva necesidad de tanto en tanto. A veces es liviana y consigo capearla por mis propios medios, y otras no es tan sencillo darle respuesta y pienso en pedir el apoyo de otra persona. Me refiero a la necesidad de enfrentar algún gasto económico.
Cuando llegan estos momentos siempre los vivo con la misma sensación. Con la sensación de falta de libertad para expresar la necesidad de apoyo para cubrirla. Me resulta complicado no sentirme culpable o un tanto irresponsable por haberme permitido escuchar la necesidad de salir de una zona (la de confort relativo) en la que no me sentía feliz, para adentrarme en la de la posibilidad de abrazar aquello que me aporta valor. Es curioso. Es entonces cuando me descubro otorgándole mucho más peso o importancia al dinero que a cualquier otro aspecto de mi vida (las relaciones con las personas, el afecto, las conversaciones…)
Con el dinero, la relación es más complicada que con las personas. Seguramente porque la sociedad/cultura en la que vivo, le confiere un valor especial. ¿Y yo? – me pregunto, ¿qué valor le doy al dinero?.
Escuchar hablar de dinero genera un respeto casi sin límites.
En este sentido, expresar que necesito el apoyo económico escala la montaña de la importancia casi sin pedirlo. Automáticamente tiendo a exigirme un plan de devolución que generalmente responde a los plazos que sin consultar con nadie, yo misma decido que van a ser los más cómodos para la otra persona, pero sin valorar si van a ser sostenibles con mi situación.
Expresarle a alguien que necesito dinero, me mueve a la justificación casi inmediata, al dar explicaciones de cómo y por qué he llegado hasta ese punto, de cómo lo devolveré, de en qué medida me comprometo. ¿Qué tipo de carga extra le estoy imprimiendo al aspecto económico de mi vida que no se lo imprimo a otros elementos no pecuniarios?
Trato de normalizar el expresar la necesidad económica y me permito exponerme a las emociones que me mueve. A la incomodidad de hacerlo sin sentirme libre. Y en este “tratar de normalizar” me doy cuenta de que es más sencillo practicar con unas personas que con otras. Es más sencillo practicar con aquellas personas que le confieren energía a lo dinerario en la misma medida que a lo que no lo es.
Trato de normalizar y me doy cuenta de que me abro a una nueva posibilidad: la de aprender a otorgar el valor justo a las monedas, y a no sobrevalorarlas por encima de cuestiones sin las que no podríamos vivir. Me refiero a los vínculos.
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Foto: Jp Valery (En: Unsplash).
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