Cuando viajo sin planificar demasiado, todo sucede más despacio. Lo suficientemente despacio como para que mantener la atención en cada detalle de lo que me rodea, no suponga un esfuerzo sino una práctica corriente. Fluida.
Los pensamientos que vienen a mi mente y las sensaciones que me despierta lo que vivo, son reforzados por frases que encuentro salpicando las paredes, los dibujos de algún artista que hizo de una acera su lienzo particular, o incluso por algún titular de periódico que asoma en el estante de un quiosco.
Son expresiones pintadas o escritas que aparecen al compás de lo que pienso y siento.
Al principio me parecía una suerte de magia. Luego, que era una casualidad. Ahora me gusta más llamarlo sincronicidad.
¿Cómo es posible que lea una frase en una pared que tiene que ver justo con lo que estoy pensando?. ¿Cómo puede ser que salte a mi vista un anuncio en la parada del autobús que relaciono con facilidad con algo que he vivido últimamente?
Supongo que lo que ocurre es que estoy lo suficientemente presente como para descubrir que todo lo que me visita camina en un mismo sentido. Ahora siento que esto sucede porque, consciente o inconscientemente, presto atención a todo lo que tiene que ver entre sí.
Esta especie de magia me resulta más patente cuando viajo sin planificar demasiado. Pero lo cierto es que, cuando transito la vida despacio en mi día a día, cuando le hago el vacío a la premura por llegar a un sinfín de sitios aún sabiendo a priori que habrá algunos lugares a los que no llegaré o que lo haré atropelladamente, descubro que la magia de lo sincrónico también está presente.
Después de un tiempo observando este fenómeno, caigo en la cuenta de que las cuestiones que más habitan mis sincronicidades son aquellas relacionadas con los retos permanentes de mi vida. Es como si ahora se me brindara la oportunidad de hacer más presente aquellos desafíos que más han requerido, y siguen requiriendo, mi atención.
Como si ahora fuera el momento de hacerlos más conscientes para tomar responsabilidad en su manejo.
«Elogio a la lentitud» es el título de un libro que captó mi atención (http://www.ted.com/talks/
«Prisamata» el nombre de un albergue que encontré ¿por casualidad? en mi viaje a Argentina hace dos años (http://hostalprisamata.com/)
La tortuga seguida de unas huellas, el icono que elijo cuando pienso en que el avance que mejor me sienta es el que decido emprender «despacio pero sin pausa».
Hacerme amiga de la vida lenta porque en ella he descubierto que todo cabe en el tiempo que es bueno para mí que suceda.
Caminar una vida lenta porque me permite mantener la atención sin desdibujarme por la velocidad.
Vivir lentamente, porque, lejos de tener la sensación de que el tiempo se me escurre entre los dedos, descubro en cada instante una oportunidad de grandes dimensiones para saborear.
Éste es uno de mis desafíos de vida.
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