¿En qué momento se impuso lo que hacemos sobre lo que somos?
Tradicionalmente, cuando conocemos a alguien, nos interesamos por lo que hace. ¿A qué se dedica?. ¿Cuáles son sus habilidades?. Pensamos que conociendo estos detalles llegaremos a saber cómo es, qué le apasiona, qué es lo que le vibra. Es como si creyéramos que podemos vislumbrar su esencia a través de lo que manifiesta en su hacer.
Hace poco me dí cuenta de que, cuando le pregunto a una persona qué tal está o cómo se encuentra, casi el 100% de las personas a las que le pregunto me contestan contándome en lo que andan metidas últimamente. Normalmente me cuentan qué han hecho en los últimos días desde que no hemos hablado, qué tienen pendiente de hacer, lo que han hecho o van a hacer con otras personas o con ellas mismas…
Para ser exacta, algunas de ellas inician su historia con un «bien, no muy allá o mal» según el caso. No dan más detalles sobre cómo se sienten o cómo se encuentran. Pronuncian estas palabras generales y a continuación enumeran los «haceres» que les han llevado a estar así o los que tienen por delante que les despiertan esa sensación.
¿En qué momento a lo que hacemos le dimos tanto peso que fue capaz de enmudecer la expresión de lo que sentimos?
Empecé a prestar atención y me dí cuenta de que yo también hacía lo mismo. Cuando me preguntaban, soltaba una retaíla de acciones y haceres. Es curioso. Supongo que, en algún momento, crucé la información y caí en la cuenta de que lo que estaba observando en los demás era un reflejo de lo que yo misma hacía. Y me propuse prestar atención.
Observo que, depende del tipo de relación que tengo con la persona que me pregunta, me resulta más o menos sencillo contestar con una respuesta que vaya en el mismo sentido de la pregunta. Si con la persona con la que converso tengo confianza o la conozco poco pero me despierta confianza, me resulta más fácil mantener la conexión con lo que siento y contestar desde ahí sin refugiarme en la acción. Si no es así, observo que tiendo a escabullirme en lo que hago para eludir hablar de lo que me corre por dentro.
Hace unos días, alguien lanzó el reto en un grupo de personas de expresar un deseo. Me quedé pensando un rato mientras escuchaba a las demás y me permitía elaborar una respuesta. Finalmente me expresé: «mantener y crecer la conexión entre lo que hago y lo que soy».
En ese momento algo me permitió entender.
A lo largo de mi camino, he hecho sin cuidar la conexión con lo que soy que, en definitiva, ocurre porque me desconecto de lo que siento. He entendido el por qué hay cosas, lugares e incluso personas a las que me vinculo (voluntariamente y con libertad), que terminan por no resonarme. Por llevar a cuestionarme «¿qué hago aquí haciendo esto, en este lugar o con estas personas?».
Desde ese instante, trato de dejarme sentir las preguntas «¿cómo estás?, ¿cómo te encuentras?» para no adornar ese bien, mal, regular, con un listado de haceres, sino para conectarlos con lo que me despierta esa sensación de mayor o menor bienestar.
No siempre contesto con el mismo nivel de profundidad. Obvio. Porque no con todas las personas me siento igual de cómoda para hacerlo. Pero creo que, en cierto modo, busco la coherencia interna entre lo que hago afuera y lo que siento por dentro (que me habla de lo que soy) a través de la respuesta que verbalizo.
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