Cuando camino cerca del curso de agua que es la vida, me siento más cómoda si las curvas que dibuja el cauce son las que espero encontrar. Si las cosas salen más o menos como… yo he previsto. Pero cuando me encuentro con un recoveco que no estaba en mis planes, me desoriento. Es como si mi radar captara lo distinto respecto al mapa que había programado como un error de cálculo.
Hoy me encontré un recodo en el camino del fluir del día, que nada tenía que ver con lo que tenía en mente. De hecho este encuentro me llevó a tener que recalcular mi hoja de ruta dominical. ¿Y qué pasó?
Bueno. Tenía dos opciones. Dejar que el agua hirviera en mi interior como tantas otras veces y creciera el monstruito verde dentro de mí, lo cual me llevaría a estar en permanente enfado porque era algo que había surgido sin pedir permiso. A estarme preguntando por qué cuando no obtendría respuesta porque era algo que no dependía de mí sino que había pasado y tenía que manejarme con ello sí o sí. O bien, podía pararme un instante y decir «vale, no puedo seguir el plan previsto. ¿Qué nuevas oportunidades se brindan ante mí gracias a este cambio en la hoja de ruta?».
Por primera vez elegí conscientemente tomar de la mano la segunda opción.
La cuestión es que había quedado con alguien para hacer algo y ese alguien no apareció. El algo que teníamos que hacer debía esperar y decidí tranquila que esperara aunque fuera algo que requería resolverse en un tiempo concreto. De repente me encontraba con un montón de tiempo que se extendía ante mí generoso. Un tiempo por determinar, cosa que otras veces también me habría inquietado porque «así no hay quien pueda organizarse» pero que ahora sentí que me permitía hacer otras cosas que, de otro modo, no hubieran tenido cabida en el día de hoy.
«¿Y qué hago entonces?, ¿cómo ocupo este tiempo?» -me dije.
Aproveché para avanzar varias cuestiones de trabajo que tenía atascadas, lo cual me permitía acabar el día tachando cosas agendadas para días posteriores. También para comer al sol que es un auténtico placer en esta época del año. Y para la creatividad. Me dediqué un rato a escribir esto que lees y disfruté creando motivos invernales. La semana que viene un grupo de gente muy querida para mí se reúne a danzar el invierno en el albergue en el que trabajo y deseaba hace tiempo crear algunos detalles para dar ambiente. Pensé en algún momento que era una idea bonita. Que ya que no podía danzar con ellos todo el fin de semana, podía ser una manera de regalarles mi presencia, pero pronto descarté la idea porque «no me daba tiempo». Y mira por dónde ese tiempo apareció sin avisar como un regalo!!
Así que avancé el trabajo, disfruté del lugar en el que habito, y me permití un espacio para la creatividad.
Un día que parecía truncado por lo inesperado, logré convertirlo en un día de disfrute.
Elegí no sacar a pasear al monstruito verde del enfado y el enjuiciamiento, y le abrí la puerta al duende de la posibilidad.
PD: Cuando estaba escribiendo esta entrada, su título vino a mí porque representa perfectamente lo que estaba tratando de retratar. Después me acordé de que El poder de elegir es el título de un libro de Annie Marquier cuya lectura recomiendo. Habla del poder que tenemos para responsabilizarnos de la manera en que vivimos nuestra vida. ¿Casualidad que yo haya elegido este mismo título para esta entrada?… No lo creo 😉
Maria, ja saps que algú va dir: «La vida és allò que passa al nostre costat mentre mirem cap a altra direcció».
Saber deixar fluir és una de les savieses més importants.
Enhorabona
Sí que ho és, sí, encara que no siga fàcil. La clau: no perdre l’atenció 🙂
¿Casualidad? Nooooo «causalidad» 🙂
🙂 Así es
Me gusta que te guste 🙂