Me siento fuera.
Fuera de lo que mi piel me susurra que no le pertenece.
Fuera de lo que mi alma reconoce como extraño. De donde no se siente parte.
Fuera de las miradas vacías,
las bocas demasiado abiertas
y de lo que mi cuerpo no es capaz de abrazar porque viaja tan rápido que elige dejarlo pasar.
Fuera de las sendas despejadas.
De lo evidente y también de lo excesivamente confuso.
Fuera del cuadro de la vida exterior y más cerca de mi propio interior.
Un interior construido desde lo que vivo.
Ni más cerca, ni más lejos.
Justo desde ahí.
En el mismo lugar en el que crecen mis sueños.
El mismo lugar que convive con mis propios miedos.
Justo ahí. Dentro.
Dentro del fuego encendido.
Entre las brasas que mantengo encendidas, avivándolas con el agua de lo que siento.
Dentro.
Dentro de las miradas llenas
y los horizontes al alcance.
También de las miradas que se pierden cabalgando a lomos del viento.
Me siento dentro.
Dentro de lo que me resulta obvio.
De lo que elijo no dejar pasar.
Dentro de lo que me palpita,
de lo que escucho que vibra mi propio caminar.
Dentro de todos y cada uno de los rincones que habito.
De los recodos en cada revuelta que, lejos de invitarme a que me pierda,
me cantan que puedo encontrarme en ellos.
Me siento fuera de lo forzado.
Dentro de lo que, ahora, escucho que fluye.
Fuera de lo que me gritan.
Dentro de lo que apenas escucho como un arrullo cosido con hilo de plata.
Me siento ahí.
Justo ahí.
Ni más lejos ni más cerca.
Allí donde reluce y palpita lo que realmente somos, allí dentro vive esa señora que tantas veces buscamos fuera. Ella siempre está allí, aunque el ruido exterior y el de los hombrecitos que nos susurran permanentemente al oído la desdibujen. Esa señora se llama Paz. Si le doy un poco más de fuerza en mi interior, seremos una y ya no habrá dentro o fuera.
Amiga… cuánta razón acunan tus palabras. Brindo por esa unión de senderos… El adentro y el afuera. Chin chin 🙂 Un abrazo gigante