Cuando a algo a lo que me he resistido durante mucho tiempo, o que me he pensado mucho hasta que me he puesto en acción, finalmente le abro la puerta, me pongo en movimiento en relación a ello, si es algo que está ahí para mí, ocurre algo curioso.
En mi caso, hace tiempo que me llegó la información sobre una membresía vinculada a un tema sobre el que quería investigar porque intuyo pondrá a mi disposición claves para alcanzar un mejor estado de salud.
Esta membresía, supone un pequeño pago mensual que, si bien lo miro, no es mucho más que el precio de una entrada de cine, lo mismo o incluso menos que salir a comer un día por ahí, o comprarme un bono de transporte público. Entonces, ¿por qué me lo he pensado tanto? Creo que me he estado escudando en la cuestión económica cuando, en realidad, lo que sucede es que, anotarme en esta membresía supone un “ponerme en acción” para que realmente lo que propone tenga resultado. No, en realidad no es tanto el dinero que he de invertir. Eso era lo que me decía a mí misma para excusarme en el hecho de no dar el paso.
Hace unos días tomé la decisión de inscribirme y a continuación sucedió lo siguiente: alguien me regaló el pago de otra membresía a la que estoy suscrita desde hace meses. Y aquí es donde recibo el aprendizaje: el problema no era que no pudiera pagar la nueva membresía (de hecho ahora no estoy pagando dos, sino sólo una. ¡Gracias por el regalo de la otra!) El tema es que no era capaz de comprometerme de verdad con algo que siento que me aportará valor porque me permitirá mejorar (en este caso, mi salud).
Cuando elijo comprometerme con mi bienestar, todo lo demás fluye con facilidad (me salió un pareado 😉 )
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Foto: Valle Maggia, cantón italiano de Ticino en Suiza (por Mayte Morillas).
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