Hacerse cargo me suena a cargar con algo. Me imagino portando algo pesado, difícil de digerir, de integrar, de llevar conmigo.
Hacerse cargo me suena a algo complicado, que no me motiva a elegirlo. Algo denso. Algo, incluso opaco, más bien de color oscuro.
Me gusta prestar atención a con qué me conectan las palabras que empleamos para expresarnos. Creo que siempre he jugado a este juego de adivinanza. ¿Qué veo que traen consigo las palabras?
Seguramente esta práctica se avivó con la lectura de “los cuatro acuerdos” del Dr. Miguel Ruíz (1). Me da la sensación de que es el libro que más he regalado, y de los pocos que ha sobrevivido a todas mi mudanzas. Seguramente el único que me ha acompañado en más de un viaje. Sí, soy de la antigua escuela: prefiero leer libros de papel que no tanto en su versión digital. Siento que así tengo algo vivo, cálido, de carne y hueso entre mis manos.
Vuelvo a la carga del “hacerme cargo”. Porque no, no es que esté eludiendo hacer esto o lo otro. Se trata de intentar recuperar el significado de las palabras que nos conectan con el acogimiento y no tanto que nos despierten alerta.
Prefiero decir “me responsabilizo” de esto o aquello, que sentir que cargo con algo como si fuera algo correctivo. Prefiero elegir aceptar mi compromiso y actuar para resolver, que cargar con una obligación impuesta, ya sea desde fuera o desde dentro (que de éstas también hay unas cuantas…)
Creo que es importante ver desde dónde elijo decir lo que digo, y qué energía le otorgo a las palabras que utilizo para comunicarme. Porque, no se trata de eliminar la palabra “carga” del vocabulario. Siento que se trata, más bien, de poner atención al momento en el que utilizo unas palabras y otras, viendo si estoy moviendo a generar encuentro o desencuentro, con alguien o con algo. Viendo desde dónde estoy pronunciándolas.
No, no es sencillo tener esto en cuenta. Personalmente me cuesta ser consciente del poder de las palabras, y por eso me propongo entrenar con la práctica. Eso sí, si utilizo alguna expresión que trae distancia en lugar de acercamiento, trataré de no sentirme culpable. Tomo conciencia y continúo con la práctica.
Vinimos a aprender. Esto sería interesante no perderlo de vista.
___________
(1) Ruíz, M. (1998). «Los cuatro acuerdos». Ed. Urano. 153 pp.
Foto: Vlad Tchompalov (En: unsplash)
Me gusta que nos hagas caer en la cuenta de este «poder» de las palabras pues es algo muy cierto de lo que no somos lo suficientemente conscientes en general.
Mi agradecimiento por hacerlo notar.
🙂 Un abrazo
Por esa misma atención a las palabras, es que me cuesta tanto expresarme con soltura. Especialmente cuando tengo que expresar sobre mi yo más íntimo.
Necesito sentir lo que estoy diciendo, y para sentirlo necesito conectarme conmigo, y para conectarme necesito escucharme, y para escucharme… ?? … ya acabo… para escucharme necesito mi tiempo y mi espacio interior.
Es de este modo cuando mis palabras brotan directamente de mi corazón.
Pero sucede que mi interlocutor no tiene todo el día hasta que yo me conecte conmigo misma ?, así que acabo por no expresar mucho, porque para utilizar palabras que pueden sonar muy bonitas pero que no siento, prefiero permanecer callada.
Gracias por esta hermosa reflexión, bella!
Hola Ana. Gracias por compartir.
Siento que está bien tomar conciencia del sentido de nuestras palabras, y también que es muy importante tratar de mantenerse en el fluir de expresar desde la espontaneidad para que el sentido de lo que queremos comunicar no se vea desviado por la autoexigencia de permanecer «ajustadas» al sentido literal (y no figurativo) de las palabras que utilizamos.
Un abrazo, preciosa