Me surge esta pregunta porque, si soy sincera conmigo misma, descubro que, detrás de algunas cosas que no salen como a mí me gustaría, como se supone que tendrían que salir a tenor de la energía que estoy invirtiendo para que salgan, en realidad habita algún miedo propio.
Sí, me refiero justo a eso. A que si en lo externo estoy actuando para materializar cualquier cosa que deseo poner en marcha, y sistemáticamente aquello no tira para delante, es muy posible que esté situada en el cierre que acompaña a algún miedo. Miedo al fracaso, miedo a no ser capaz, miedo a no estar a la altura, a no ser suficiente… Pero también miedo a reconocer que los derroteros que toma lo que yo planifico cuidadosamente no son porque sí. Quizá traen consigo una respuesta encubierta a algo que pido inconscientemente y que, como no viene en el envoltorio que yo espero, me resisto a dejarla entrar.
Ese miedo, en cualquier caso, si me paro un instante a pensarlo, trae de la mano una resistencia. Resistencia al cambio, resistencia al éxito, resistencia a recibir abundancia…
Lo cierto es que esto es como lo del huevo y la gallina: no sé si el miedo prepara el campo para que crezcan las resistencias, o son las resistencias las que abonan el sustrato para que el miedo campe a sus anchas. De lo que estoy segura es de que veo entre ellos una cierta relación.
«El miedo paraliza. Cuando dejas de tener miedo, puedes saltar hacia delante». No recuerdo dónde leí esta frase, pero me ha acompañado escrita en una cartulina verde en mis dos últimas mudanzas.
Trabajar en lo externo para materializar algo, por muy convencida que esté, si no va de la mano de una apertura interna que acompañe el proceso, tengo comprobado que no es suficiente.
Los miedos vienen de atrás, de mi imaginario, y tratan de que me identifique con ellos. Sin embargo, que no vaya a ser aceptada, que no vaya a encontrar la manera de hacer esta cosa o esta otra, que no vaya a lograr tal o cual objetivo, no es real. La incapacidad está en mi mente. Abrirme a lo posible depende de mí. Y pasa, no por dejar de tener miedo que por cierto, es muy humano, sino por no resistirme a él. Los miedos están, habitan conmigo. El truco, de alguna manera, está en que no me condicionen.
Estar dispuesta. Dispuesta a recibir. Porque en el fondo, me resisto a confiar. Me resisto a convencerme de que soy todo lo que necesito ser. Me resisto a reconocer mis virtudes y fortalezas.
Me empieza a dar la sensación de que, dejar de resistirme y caminar de la mano de mis miedos, son dos claves para lograr avanzar de manera más liviana.
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Foto: Bruno van der Kraan (En: unsplah)
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