El círculo me llama a fluir. A pasear despacio. Sin rumbo. Pudiera parecer que sin saber a dónde ir, sin embargo contiene una hoja de ruta clara: la que sencillamente es a partir de lo que lanzamos al universo.
Propone sentarse y deslizarse como si se bajara en un tobogán sin fin. Ni demasiado rápido, ni lento. A la velocidad justa.
Puede inspirar a la monotonía. No hay en él esquinas donde esconderse, recovecos que puedan sorprender, quiebros desconcertantes o líneas agudas que molesten.
Recuerda a la sensación del vaivén de las olas. Parece que dan en el mismo lugar y de la misma forma una y otra vez. Y, sin embargo, cada ola es distinta de la anterior.
Lo circular es símbolo del continuo caminar. Su trazo sugiere que pasamos una y otra vez por los mismos lugares, pero lo cierto es que en cada vuelta traemos lo que aprendimos en la anterior. De esta manera, en cada punto, nos situamos distinto aunque lo visitemos varias veces.
El círculo invita al encuentro. A la reunión en torno al crepitar del fuego. A compartir historias. A escuchar la respiración de quienes se sientan a mi lado. Me invita a la intimidad. A mostrarnos tal y como somos, sintiéndonos en un espacio protegido.
Siento que un círculo trae cercanía, juicio ausente y apertura de sonrisa. Me da la sensación de que en él se brinda la oportunidad de entrar y salir a placer, de ir y venir a voluntad, de dar y recibir. Ambos con generosidad y agradecimiento.
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Foto: Joel & Jasmin FØrestbird (en: Unsplash)
Bello, María! Me enriquecen tus palabras. Gracias por compartir.
Un abrazo.
Charo.
Nunca había mirado un círculo desde tantas perspectivas. Gracias!