Me quedo ensimismada.
Con la mirada perdida entre los pequeños guijarros.
No pienso en nada.
Colgada de un hilo invisible que me mantiene en el sitio de ningún lugar.
De repente regreso.
Parpadeo y me pregunto qué estoy mirando exactamente.
Entonces me doy cuenta de que la vista está puesta en los guijarros, aunque no los vea.
Levanto la cabeza y me doy cuenta de que un pajarito alza el vuelo justo en ese momento.
Bajo de donde quiera que estuviese.
Desciendo de la cuerda por la que andaba colgada sobre el vacío.
Vuelvo a levantar la vista del papel.
Esta vez un gato vuelve su mirada hacia mí. Después gira la cabeza y mira con los ojos entornados al frente.
De repente, ya no está.
Los animales me sacan de la abstracción.
Ahora trato de conectar con un par de moscas que distraen la escritura. Intento no incluirlas en mi conciencia. Las dejo ahí. Sintiendo que están pero sin dejar que tomen más importancia.
Aumentan en número.
Las dejo que se paseen por mi piel, siempre y cuando no visiten mi rostro.
Todo tiene un límite.
Descubro que es interesante exponerme a situaciones que me generan resistencia.
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Foto: Leio McLaren (En: Unsplash)
Qué bonito, María!