
Mi historia es la de una soñadora de historias.
Cuenta la leyenda que el último tercio del otoño rondaba la puerta.
Los rizos del mar lucían fríos y, sin embargo, tranquilos. Dicen que los más tranquilos del año. Los buceadores aprovechan esta época para enfundarse sus trajes de neopreno y abandonarse al abrazo de las mansas aguas que las huestes romanas bautizaron como Mare Nostrum.
Cuenta la leyenda que el último tercio del otoño rondaba la puerta.
Mi cabello anaranjado apareció a la sombra del mar justo antes de que despuntara el alba. Transito la vida con la piel prendida del apelativo Marina que nunca llegó a permear lo suficiente en mí como para alcanzar el documento de identidad. Y, sin embargo, rezumo salitre por los cuatro costados, perdiendo la mirada en el horizonte azul siempre que tengo ocasión.

De tanto en tanto, hiendo las huellas de los pies en los senderos de un bosque, y el olor a tierra mojada y el murmullo de las hojas acarician el fuero interno que se enajena por unos instantes como si fuera a divorciarse de la costa de la que no es capaz de separarse durante mucho tiempo.
Cuenta la leyenda que el último tercio del otoño rondaba la puerta.
El mar, las huellas hendidas en el sendero de la existencia y mi existencia propia, revolotean desde siempre alrededor de una pluma con la que garabateo retazos de sombra y sueños sobre un lienzo inagotable.
Durante mucho tiempo blandí la pluma garabateando historias que pugnaba conmigo misma por sacar de dentro con el anhelo de que se disolvieran a la luz del exterior. Fueron tiempos lúgubres, de empeñarme en caminar senderos que no vibraban al mismo son que lo hacía yo misma.

Cuenta la leyenda que el último tercio del otoño rondaba puerta cuando decidí finalmente dejar el mundo de la academia que no perdí de vista durante más de la mitad de mi vida, para afinar el oído y atender esa voz interior que me decía que no estaba en el lugar que realmente quería estar.
Enamorada de una tierra lejana que caminé en lo que di a llamar Travesía Nómada Austral, recorrí algunos de sus rincones haciendo un maravilloso descubrimiento: la vida es un viaje.
Durante una travesía que inicié respondiendo al sueño de viajar sola con la intención puesta en vivir cada instante como único, seguí garabateando papeles de dimensiones infinitas y, por primera vez en mi historia, reconocí que siempre había tenido la atención puesta en escribir. Las letras consiguieron colocar momentos del viaje de tremenda intensidad. Lograron poner nombre a experiencias que no conseguía entender y transmitirme lo importante que son para mí. Porque me permiten comunicar con el mundo pero también conmigo misma. Me permiten entender y entenderme un poco mejor.

Cuenta la leyenda que el último tercio del otoño rondaba la puerta.
Y fue entonces cuando decidí regresar para quedarme junto al mar que me vio nacer.
Las palabras que retozan entre estas páginas surgen de un alma inquieta por contar historias. Un alma que se columpia entre los extremos de una doble espiral en movimiento continuo, y llena sus pulmones de experiencias que descansan afuera y percuten lo interno como el sonido de un bodhran.