La palabra compromiso contiene tres letras «o» en su trazado. No me sorprende, la verdad.
A partir de hoy, y durante siete semanas las entradas que publique en el Cuaderno Nómada, caminarán al ritmo de las propuestas del «desafío con todas las letras«.
La semana pasada, un grupo de aventureros y aventureras aceptaron el desafío de entrenar la técnica de la escritura intuitiva e iniciaron su andadura. Durante siete semanas, escribirán textos en torno a unas consignas propuestas.
Mi compromiso es acompañar su caminar y aceptar el mismo desafío.
A partir de hoy y durante siete semanas, las entradas que publique en el Cuaderno Nómada serán textos surgidos a partir de las consignas propuestas.
Vamos allá 🙂
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La letra «o» es una letra redonda. Clara. Firme. No deja lugar a medias tintas. Puede trazarse más o menos parecida a un óvalo, pero poco más. Realmente no creo que deje espacio a divagar mucho más. Es lo que es.
Cuando me comprometo con algo o alguien, esto supone una decisión firme. Clara. Definida. Puede que tenga que ver con mi naturaleza con tendencia a la perfección pero la verdad es que cuando me comprometo con algo o alguien, siento que no existen puntos intermedios. Me comprometo o no lo hago. Pero no me viene la idea de comprometerme en un grado de tres, cuatro, cinco… considerando una escala con dos extremos: uno que equivalga al máximo grado de compromiso y otro a una implicación menor.
Me comprometo a entrenar mi práctica de escritura o no lo hago. A incorporar un determinado hábito o no. A llegar puntual o sencillamente no garantizo que pueda llegar a tiempo.
Mientras escribo esto, me doy cuenta de que puede sonar radical. Pero, lo cierto es que, si me observo hacia dentro, las veces que he cumplido un compromiso «a medias», la sensación que tengo después, es de no haber completado lo que me propuse. Que no cumplí con mi intención inicial.
Por esta razón, cuando me pregunto a qué me quiero comprometer, trato de valorar bien en qué medida puedo hacerlo o siento que es factible para mí en ese momento. Si creo que para mí es viable hacer deporte tres días a la semana, me comprometo conmigo en esos términos. Tal vez me gustaría llegar a hacer deporte cinco de los siete días de la semana, pero como algo me dice que ese horizonte no es realista para mí en este momento, me quedo con el tres que me suena bastante bien.
La palabra compromiso contiene tres letras «o» en su trazado. Me vienen a la mente los ojos de un társero.
Los társeros son pequeños primates, del tamaño de una ardilla. Son arborícolas y viven en las islas de Sumatra y Borneo. La característica que más me llama la atención de ellos son sus grandes ojos.
La triple letra «o» de la palabra compromiso me conecta con la mirada del társero, que me parece a caballo entre sorprendida y en alerta.
Mirada de alerta. Como diciendo: «a ver… vamos a pensar bien cómo nos vamos a situar…» Me conecta con la idea de calibrar o valorar hacia dónde es posible apuntar (comprometerse).
Mirada de sorpresa. Bueno, no exactamente. Es más bien saberme en un punto en el que la indiferencia no tiene cabida.
Voy a tratar de explicarme en este último punto porque noto que mis propias palabras me suenan a «escurrir el bulto»…
Cuando me veo en una situación en la que elijo comprometerme, o la situación requiere un compromiso, inmediatamente me recorre el cuerpo algo similar a una corriente eléctrica.
Esta sensación la relaciono con la aparición de preguntas directas, sin rodeos: ¿estoy dispuesta a tomar partido?, ¿en qué medida? ¿Siento que esa implicación me resta libertad? ¿Cómo vivo el hecho de poner foco y tener la intención y la determinación de ponerme en acción (comprometerme) con el punto de mira al que apunta ese foco?
Hace diez o veinte años, cualquier movimiento que hacía en mi vida que implicara un compromiso, lo vivía en mayor o menor grado como una pérdida de libertad, de capacidad de maniobra.
Fueron tiempos de caminar sin rumbo claro. Ahora me doy cuenta.
A medida que fuí avanzando en el camino de la vida, me dí cuenta de que todo cobraba un mayor sentido para mí si me comprometía claramente. Ésta es la manera de parar, evaluar el sentido que algo tiene para mí, si lo siento alineado con mi horizonte de vida y, a partir de ahí, ponerme en acción comprometiéndome con pasos concretos y bien definidos que me aporten la sensación de estar avanzando hacia una realidad con la que vibre en sintonía.
¿Tiene sentido entrenar la práctica de la escritura intuitiva?
¡Sin duda para mí lo tiene! Me aporta un valor indiscutible. Por eso me comprometo con este hábito, porque soy consciente de que ponerme en acción en este sentido, me acercará un poco más a una mejor versión de mí.
Y tú, ¿a qué te suena la palabra compromiso? ¿Con qué eliges comprometerte?
Espero tus comentarios al pie de esta entrada.
Hola Maria! Para mi compromiso es un tomarse en serio a una misma, agarrarse de la mano con amor y avanzar con coherencia. Esas oes, esos circulos que aparecen como vacíos en el dibujo de la escritura han de llenarse de una intención auténtica. Si no todo es en vano. Gracias! Un abrazo!
Me encantó tu reflexión 🙂
Intención para lograr un avance real.
Gracias a tí por compartir también desde ese lugar.
Un abrazo tan grande como tu creatividad 😉