Escucho el mar.
Sentada a unos cuantos pasos de la orilla, pierdo la mirada entre las olas.
Algunos niños juegan en el rompiente. Ni siquiera sus risas y gritos de alegría logran distraerme.
Me mantengo aquí.
Los pies medio sumergidos en la arena, atenta al vaivén que hoy se muestra decidido a batir el fondo sin descanso.
Distintos tonos de azul se recortan por debajo de la línea del horizonte.
Los más oscuros pueblan el espacio más alejado, dibujando una veta más fina que otras veces. Seguramente la cresta de las olas que salpican la superficie, ocultan una parte de su amplitud.
A medida que la capa de agua discurre hacia la orilla, el azul se hace más claro hasta tornarse marrón por la arena batida. Aquí el color tierra se mezcla con el blanco de la espuma.
También suena distinto dependiendo de si lo escucho con la cabeza erguida o vuelta hacia la hoja donde escribo.
Es posible que el ala del sombrero quiebre la dirección del aire de manera desigual y el resultado sean melodías diferentes.
Sin embargo, es el mismo mar. Tenga el color que tenga, esté lo agitado o lo calmo que esté, y suene de un modo u otro.
Logro percibir los matices
porque estoy presente.
Ahora entiendo mejor lo que escuchaba en aquel podcast [1].
«La presencia viene de dedicar tiempo y atención a algo».
Podría estar horas, días enteros aquí sentada. Y, si tuviera la atención dispersa, no estaría presente.
No es presencia física de lo que hablo. Me refiero a la presencia con todo el ser. Ésta es la que se logra mezclando tiempo de dedicación y atención plena.
Vengo a sentarme aquí siempre que puedo hacerlo.
He estado sentada junto al mar otras veces.
Hoy estoy presente junto al mar.
Estar un día entero en un lugar,
es distinto de estar presente un instante en el mismo sitio.
Todo esto me lleva a pensar acerca de los momentos en los que las personas nos encontramos.
¿Simplemente estamos con la otra persona, o estamos presentes para ella?
Esto es: ¿le estamos dedicando un tiempo de calidad aunque sean unos minutos que empleamos para saludarnos?, ¿o simplemente estoy un tiempo en un lugar?
Como siempre, la respuesta vino de experimentar en lo propio.
Un buen día, entendí algo importante que me llevó a cambiar de actitud en relación a la presencia con los demás.
¿Qué fue?: ese día entendí por qué me molestaba cuando alguien con quien estaba hablando sentía que no me prestaba atención mientras hablábamos. Ese día me dí cuenta de que, en realidad, mi sensación de descontento se disparaba como consecuencia del reflejo que veía de mí misma en la otra persona.
Hasta ese momento había vivido tratando de estar en muchos sitios a la vez. De no perderme nada.
Trataba de estar en un lugar con el cuerpo,
mientras mi mente viajaba a la siguiente casilla del tablero que, por cierto, todavía estaba por llegar.
Fue ahí cuando me percaté de que trataba de estar más allá del momento en el que estaba en cada instante.
Entonces vino el click:
Vivía perdiéndome el instante en el que estaba cada vez.
Ahora lo que ocurre es que me doy más cuenta, si cabe, de los distintos matices en el color y el sonido del mar. También en la falta de presencia propia y de la de los demás.
Y tú, ¿estás presente?
¿En qué piensas justo ahora?
Te espero en los comentarios al pie de esta entrada.
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[1] Canal de podcast «Viviendo lo sagrado en lo cotidiano». El poder del no.
Ostras, María! Justo de esto te quería hablar…de la presencia. Me encanta como lo has descrito.
Un abrazo.
Charo.
🙂 Un abrazo presente, Charo