Camino por el borde de una hoja al vuelo.
Siento el aire rozando las huellas de mis pies.
Recorro el entramado de una tela de araña.
Fina. Finísima. Translúcida.
Un tejido cubierto de gotas de rocío pendientes de cada hilo. Literal.
Me atrevo a surcar el mar de las páginas en blanco de un cuaderno por empezar.
La tinta se escurre, colándose por cada poro de la celulosa, y queda ahí, atrapada. Dando vida a lo que grita por salir de dentro.
Me asomo al balcón de un sueño.
Aire hipohuracanado.
Los párpados se cierran sosteniendo un lugar por definir.
Dejo que las pestañas tiemblen, temerosas de precipitarse al vacío.
Abro lo ojos de nuevo.
El viento se ha ido.
Recorro la línea del horizonte. Con la imaginación. Los pasos no alcanzan.
Desciendo los peldaños de una escalera que conduce a mis propias entrañas.
Oscuridad…
Continúo bajando.
La mirada colapsa y se funde hasta el último destello de claridad.
Me detengo y respiro.
El sonido del aire entrando y saliendo, inunda el espacio.
Nada más.
Sólo el eco sordo de su movimiento.
Arriba y abajo.
Suerte que existe.
Agradezco su presencia, capaz de diluir la nada en la que estoy sumergida.
En un instante, el tórax pide expandirse y tomo un sorbo largo.
Sostener.
Expulsar lo que sobra.
A tientas, busco seguir una barandilla que desapareció hace tiempo, y retomo la bajada.
Escalón a escalón.
La luz sigue en su acto de ausencia.
Me daría igual cerrar los ojos y continuar bajando.
Vería aproximadamente lo mismo.
Quizá un poco más, porque el aliento negro acaba cegándome.
Palpo con la punta de los pies descalzos y no encuentro el borde de ningún «siguiente peldaño».
Trato de volver hacia detrás, pero la escalera no sé dónde fue a parar.
Clavo la vista en cualquier punto y recupero el aliento.
Simplemente para hacer algo de ruido que rompa la tensión del silencio.
Acabo tumbándome en el suelo. Exhausta. En realidad no sé muy bien de qué. De la ceguera, supongo. De navegar en la oscuridad.
Me rindo.
Cierro los ojos y me parece, incluso, que dejo de respirar.
(…)
Tengo la ligera sensación de que pasa un buen rato. O, tal vez es que también he perdido de vista la dimensión temporal.
Suelto la necesidad de saber…
No me interesa…
Aquí abajo, todo es irrelevante.
Sólo queda soltar.
Rendirse a lo evidente.
Es la única manera de abrazarse en realidad.
(…)
En ese momento dejo de escuchar el silencio.
Se oye igual. Pero dejo de escucharlo.
Presto atención.
Sí. Es justo eso.
Atiendo a cada parte de mi cuerpo apoyada sobre el suelo.
Palpita.
También lo hace la parte expuesta al vacío.
Todo en orden.
Debo estar en el mismo lugar.
Tampoco me importa.
Importa que se siente distinto.
Menos frío, tal vez. Incluso menos oscuro, diría yo.
Miro a través de los párpados cerrados y alcanzo a ver una luz tenue.
Es suficiente para que el reflejo de la respiración retorne.
Esta vez no rompe la falta de sonido. No lo hace porque esta ausencia da paso a la presencia de silencio y esto, lo cambia todo.
Antes no sé si hubiera sido capaz de reanudar el paso.
Ahora, con este hilo de luz, es más que suficiente para hinchar las velas del barco y hacerse a la mar.
Me desperezo. Estiro cada arruga del cuerpo y viajo hacia la verticalidad.
Doy unos pasos y me zambullo en las aguas de la penumbra.
La intuición susurra que éste es el destino del viaje.
El mismo sitio.
Dentro.
Sentido desde otro lugar.
Desciende los peldaños de la escalera hacia las entrañas de tí mism@.
¿Qué historia te cuentan las huellas de tus pies?
Te propongo escribir en automático sobre ello y, si te apetece compartir en el hilo de comentarios al pie de esta entrada, me encantará leerte.
Respira, escribe y disfruta de tu práctica 🙂
Siempre me dejas con la boca abierta.
Eres muy muy especial.
Gracias por esta delicia
Me encanta que compartamos esta pasión por la pluma y el papel. Un lujo descubrir tantas historias aladas revoloteando a nuestro alrededor 🙂
Gracias a tí por formar parte de este mundo fascinante, Marian. Besote.
He viajado contigo hacia adentro. Fantástica, María.
Feliz de abrir la puerta para volar y viajar 🙂
Un abrazo, preciosa.
Hermosa bajada hacia el interior, o el fondo, o ningún lado, solo se percibe diferente, que maravilla!
Qué maravilla compartir estos movimientos de ida y vuelta de mano de las letras escritas, Silvia.
Me encanta sentirte tan cerca 🙂
Un abrazote.