Palabra que deriva del latín “versare”.
Indica movimiento (girar, cambiar, dar vueltas), y su entrada hace referencia a “compañía”.
Conversar es, pues, moverse juntos.
No es dialogar (etim: discursar racionalmente), ni intercambiar opiniones, ni convencer o persuadir.
No se trata de enfrentar argumentos para que, al final, pueda llegarse a un acuerdo.
(…) Conversar es moverse juntos, en todo el proceso de expresión.
(Alejo Etchart)[1]
Los seres humanos seremos (y somos) capaces de con-versar, cuando dejemos (dejamos) que sea nuestro corazón el que tome (toma) la batuta.
Quedamos fuera de juego cuando damos prioridad a la mente, ataviada de miedo, rigidez, absolutismo, creencia, solemnidad, pánico a perder, ansiosa de ganar, y creyéndose con derecho a arrollar. Porque, en este tempo de velociráptor, sólo parecen caber aquellos que se yerguen blandiendo lenguas de fuego. Y se nos olvida que vinimos aquí a encontrarnos, no a borrarnos del mapa unos a otros. No a borrarnos del mapa a nosotros mismos.
El concepto “conversar” acoge en su regazo el encuentro.
Lejos del distanciamiento, invita a la proximidad. A mirarse de cerca.
Yo diría que casi a tocarse.
A expandirse uno mismo. Respetando el espacio sagrado del otro también.
En una conversación, no cabe la rigidez, el enroque, el inmovilismo ni la tozudez.
El espacio de conversación, es un espacio cambiante.
Que fluctúa. En el que se entra y se sale. Se va y se viene.
Que se mantiene en movimiento.
Sin prisa.
Pero, sobre todo, en movimiento.
Acompaña la vida en su ir y venir de ideas y emociones.
Sin juzgar ni cercenar.
Conversar implica apertura.
No entiende de cierres.
No lo hace porque dejaría de ser lo que es. Comunión.
Una buena y auténtica conversación incluye los silencios.
Porque entiende que en ellos es posible el encuentro con la mirada del otro.
Porque sabe a ciencia cierta que la ausencia de voz no resta potencia al discurso, sino que lo engrandece.
Conversar.
Un lugar en el que todas las emociones caben. Sin dejar ninguna fuera.
Porque la afluencia de éstas, es prueba irrefutable del movimiento y, lejos de acusarles de generar inestabilidad, las pone en valor porque enriquecen lo que se experimenta.
Vivir mueve a emocionarse.
A entrar en movimiento.
Vivir mueve a conversar, en el sentido propio de la palabra sin malversar.
___________________
[1] “La incitación”.
Foto: Korney Violin (En : Unsplash).
Deja una respuesta