
Hoy inicio una nueva
vuelta al sol.
El texto para este post lo escribí hace unos días. Quería asegurarme de contar la historia tal y como la quería contar, y salir a caminar mientras lo estás leyendo aunque yo no esté detrás del ordenador 😉
Así que lo programé para que su vuelo no dependiera de mi presencia física.
En el momento que sale a la luz, estoy haciendo otra de las cosas que me llenan de vida (además de compartir a través de las letras). Caminar por la montaña.
La última vez que me desenchufé y empecé una nueva ronda solar caminando, fue cuando cumplí 40. Desde entonces, han pasado unas cuantas lunas.
En aquel momento trepé hasta lo más alto y dibujé sobre la tierra un símbolo que, en aquel entonces, apareció sin avisar y no llegué a entender muy bien qué historia había venido a contarme.

Hoy regreso al reino de las alturas caminando palmo a palmo con las huellas de mis pies.
Varias lunas y unas cuantas vueltas al sol después,
casi nada es igual.
El mundo es distinto, aunque a escala geológica no lo parezca de manera sustancial.
Yo soy distinta, aunque en mi carnet de identidad figuren los mismos datos de referencia.
Sin embargo, vivo en un lugar diferente.
Y mi vida no tiene nada que ver con la de entonces.
Aquel año me sumergía en un proceso de cierres importantes para dejar espacio y poder abrir a continuación. Encuentro que no logro abrir de manera significativa si antes no cierro convencida y consciente de lo que tengo entre manos.
Atrás dejé las batas blancas, los pasillos impolutos, los frágiles tubos de ensayo y el olor a potingues químicos varios, de cuyo nombre no me quiero acordar.
Y aquí me tienes de nuevo, pertrechada con el bolígrafo y el cuaderno que me acompañan a todas partes. En el borde de un proceso de nuevos cierres y aperturas.
Hoy vivo compartiendo algo que me apasiona: la escritura amasada despacio en el corazón de la tierra. Cuidando un espacio como Lápiz, Papel y Tierra que me permite echar a volar sueños de papel. Y, sobre todo, lejos de contraerme por la incertidumbre que también me vive de vez en cuando (como ya lo hacía entonces), siendo feliz por estar justo en el punto de mi hoja de ruta en el que quiero estar: al abrigo de La Mirada de las Letras.
En el camino han ido y han vuelto muchas historias.
Algunas de sabor dulce. Otras salado.
Con aroma fresco, exótico o con una densidad tal que era casi imposible no pararse a considerarlo.
Todas tremendamente ricas.
Todas las historias que han ido, han vuelto. Lo han hecho para colarse en los renglones que descansan sobre una multitud de cuadernos.
Me resulta difícil imaginar un vivir sin escribir.
Es la manera que encuentro de ordenar el caos interno. Por suerte no se ordena de manera permanente, y siempre es posible encontrar un nuevo cabo del que tirar para crear nuevas historias.
Vivir es una serie de historias infinita que supera a cualquier otra de esas que hoy en día podemos ver en pantalla.
Poblar la hoja en blanco me lleva a entender para poder entenderme en esto que llamamos mundo.
A apagar el ruido exterior y escuchar la voz que viene de dentro.
Escribir es echar las campanas al vuelo.
Desempolvar.
Airear los trapos sucios.
Celebrar cada recodo del camino.
También los que no quieren ser vistos. Todos son motivo de agradecimiento. Sin dejar ninguno fuera.
Escribir es parir un sinfín de creaciones.
La tinta del bolígrafo es el único factor limitante. Y esto tiene fácil solución.
Aquella doble espiral que dejé prendida de la piel de la tierra hace unas cuantas lunas, cobró finalmente todo el sentido del mundo y es la que me alumbra en esta aventura que recorro de la mano del lápiz y el papel 🙂

Un día como hoy, en el que trepo hasta uno de los techos de la piel de la tierra que me vió nacer, me gustaría agradecer la compañía de todas las personas que caminan a mi lado. Más lejos o más cerca. Tanto da.
He perdido un poco de vista, pero el oído aún me funciona bastante bien y escuchar otras huellas caminar me lleva a sentirme ligera.
Vosotras sabéis quiénes sois. Ellas saben quiénes son.
Gracias por vuestra confianza, vuestro aliento.
Por confiar.
Escuchar.
Por los silencios compartidos.
Y por no dejar de hablar cuando tenéis algo que decir.
Por darme la mano.
Y por soltarla en el momento preciso.
También a aquellas que me miran al pasar. Las que están presentes al borde del camino.
Vosotras también sabéis quiénes sois. Ellas saben también quiénes son.
Gracias a las que dudáis.
A las que opináis y a las que no os atrevéis a hacerlo aunque desearíais romper el silencio.
A las que me miráis sin hablar.
A las que me brindáis la oportunidad de tambalearme.
De cuestionarme.
Y de confirmar que es justo en este lugar de mi mapa en el que quiero estar ahora.
Continúo caminando.
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Foto: Sierra de Huaraz (Perú).
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