Comunicarse implica ponerse a la escucha. A la escucha de las necesidades de la otra persona.
“Escuchar significa poner el centro de atención en la otra persona.
Salir de una misma para sintonizar con ella.
Esto nos permite percibir lo que dice y también lo que no dice” (Willian Ury).
Aquello que viaja con cada persona y no se expresa, también habla. También forma parte de la conversación. Porque nos mueve al estado de alerta. También al de relax. Al miedo. Y al amor.
Me estoy refiriendo a las emociones, a los sentimientos, a las necesidades y a los anhelos.
Escuchar es como leer a la gente.
Cuando nos abrimos a escuchar a otra persona,
nos colocamos en disposición de conectar con ella de manera genuina.
Esto es lo que transparenta que la personanos importa. Así siento que sucede.
¿Qué nos dificulta escuchar y, por lo tanto, nos aleja de establecer una conexión auténtica con otra persona?
El ruido mental.
Cuando logramos apagar el ruido mental, somos capaces de escucharnos a nosotras mismas. De tomar conciencia de qué parte de nuestras emociones, sentimientos, deseos y necesidades salen a la luz de la conversación con los demás. Y es en este punto, en el que se abre la posibilidad de ponernos a la escucha de la otra persona. Teniendo identificados nuestros condicionamientos y creencias para tratar de que intercedan lo menos posible en la recepción de la señal emitida por la otra persona.
Hace varias semanas, vi una charla TED de William Ury. Su título es “el poder de la escucha”.
A priori, no sabía que el contenido iba a ser tan interesante. Pero, a los pocos minutos, sentí el impulso de tomar papel y bolígrafo, e ir anotando algunas ideas. Son las que han inspirado la escritura de este texto.
La intervención de Ury me aportó tanta claridad, que me entraron ganas de escribir largo y tendido sobre el tema.
Tengo identificados diferentes elementos que entran en juego cuando las personas mantenemos una conversación. Algunos de ellos los he llegado a observar prestando atención a cómo me sitúo en los momentos de comunicarme con los demás. De otros, he ido dándome cuenta a raíz de observar a distintas personas en su comunicación.
La verdad es que es algo que no he hecho de manera premeditada, pero imagino que mi curiosidad por el comportamiento humano ha tenido bastante que ver en esta investigación improvisada.
Tampoco he tenido nunca la intención de recoger lo que iba observando para escribir algo en particular, pero ahora que me siento a escribir sobre todo esto, motivada por las palabras de Ury, vienen a mi recuerdo las observaciones que vengo haciendo respecto al proceso de la comunicación humana.
Me atrae mucho investigar sobre los grupos humanos. Me gusta llamarlos círculos. Descubrir cómo funcionamos las personas cuando interactuamos entre nosotras. Y comunicarnos, sea verbalmente o no, es una forma de interacción.
Escuchar permite conectar.
Da paso a establecer una relación humana, en el sentido más exacto de la palabra.
Cuando nos comunicamos con otra persona, ocurre mucho más que un sencillo intercambio de gestos y palabras.
A lo largo del diálogo (o del monólogo), se ponen en juego las emociones que se despiertan al hilo de la conversación, de lo que se va tratando, de la manera en que se trata, e incluso aquellas otras que pertenecen a otro espacio y otro tiempo pero que, por H o por B, lo que se está tratando nos trae al recuerdo distintas vivencias pasadas y hace reflotar aquello que pensábamos que estaba integrado y bien colocado.
Todo forma parte del ruido mental.
Cuando el ruido mental hace acto de presencia, perdemos la capacidad de escucha auténtica. La capacidad de estar atentos en cuerpo y alma, como se suele decir, para captar la retransmisión emitida por nuestro interlocutor. Y da igual que emita en el espectro visible, o lo haga con carácter sutil, mucho más difícil de percibir, por cierto, este último, ya que requiere un nivel de atención mucho mayor.
A veces nos desconectamos de la conversación. ¿A quién no le ha pasado esto alguna vez? A mí unas cuantas.
Entonces me doy cuenta de que no me estoy comunicando con la calidad que me gustaría.
Puede que necesite salir del contexto, apagar el ruido mental y regresar en otro momento de más presencia.
Son momentos en los que, seguramente, sería mejor pedir tiempo, como en los partidos de baloncesto, y regresar a la cancha cuando fuera capaz de “ver” a la otra persona, como decían en la película de Avatar.
(…)
Mientras escuchaba la charla TED, me visitó la siguiente pregunta: ¿Qué ocurre con las negociaciones?
Esas largas jornadas de negociación, de conversaciones interminables en las que la idea es llegar a algo concreto.
Ocurre que no por su extensión en el tiempo garantizan la resolución de los conflictos. Y creo que no lo hacen porque, en realidad, no se llegan a transparentar las verdaderas necesidades y dolores de las personas, de los pueblos si se trata de representantes de los mismos.
Tampoco se nos enseña a las personas a “leer” a las otras en lo que expresan.
Luego, en cierto modo, y esto es más llamativo en las negociaciones políticas, por ejemplo, o en las reuniones para tomar acuerdos, se está negociando “en vacío”. Sin un punto de conexión real entre los interlocutores.
Nunca me ha gustado hablar mucho. Aún así, también me desconecto en alguna que otra conversación. El ruido mental es infalible.
Siempre he pensado que las personas hablamos mucho y escuchamos poco. De hecho, nos ponemos nerviosas cuando los silencios en una conversación se prolongan más de lo que consideramos “normal”. Enseguida pensamos que algo falla. Que se nos han acabado los puntos de encuentro en la charla. Que ya no hay nada que decir.
¿Y si escucháramos los espacios de silencio?
Tal vez tengan mucho que decir y los estamos evitando.
Incomodidad.
Necesidad de respuesta.
Incertidumbre ante la sensación de vacío.
Estas son algunas de las emociones y sensaciones que pueden aparecer tras el manto del silencio.
¿Y durante la propia conversación?
Si nos resulta complicado escuchar qué hay detrás del silencio, en aparente ausencia de ruido (aunque el del pensamiento siga presente), ¿cómo podemos estar seguros de que no estamos perdiendo una parte de la información que contiene el acto comunicativo, en medio del barullo y el “palabrerío”?
William Ury apuesta por la necesidad de poner en valor el poder de la escucha. La importancia del silencio para dejar espacio a una comunicación auténtica.
Estos días, en los que estamos movidos a compartir casi 24 horas con las personas con las que convivimos, y a comunicarnos por vía indirecta con las demás, encuentro que se torna más evidente la importancia de practicar esta escucha profunda. Para leer y llegar a VER, con mayúsculas, esa parte de lo que comunicamos que no suena a palabras habladas o a gestos corporales y, sin embargo también forma parte de la conversación.
Solo a través de la escucha profunda, siento que podemos entender más cerca de la verdad qué, cómo, por qué y para qué comunicamos cada cual.
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Foto: 五玄土 ORIENTO (En: Unsplash).
Es algo que parecé fácil ,pero no lo es, en el silencio interior hay demasiado ruido no nos educan para vivir con ese silencio y cuando pasan los años nos damos cuenta qué tenemos que comenzar a estar con nuestro silenció, a saborear nuestro interior como el mejor fruto que nos da la vida.
Gracias Maria