Varios meses atrás, hice un ejercicio curioso.
En un curso, la persona que acompañaba el grupo sugirió escribir en automático dos textos respondiendo a la pregunta «¿qué necesito?». Nos invitó a escribir primero con nuestra mano escritora (la derecha o la izquierda, según fuéramos diestras o zurdas), y después responder a la misma pregunta escribiendo con la mano con la que no estuviéramos habituadas a escribir.
Ahora leo lo que escribí y me reconozco separada de algunas de las historias que conté entonces (¡bien! 🙂 ). Este es uno de los regalos que trae leerse un tiempo después.
Otro es seguir percibiendo las mismas sensaciones que me visitaron en el momento de escribir, aunque haya pasado un tiempo.
Hoy sigo encontrando que el resultado fue muy curioso.
Dejando de lado la diferencia en la longitud del texto que, obviamente, salta a la vista por la distinta velocidad de escritura, la sensación que me quedó al terminar cada uno de los escritos tampoco tenía nada que ver.
Escribo con la mano derecha. Y el texto escrito con ella fue un torrente de ideas. Leerlo meses después da, incluso, algo de vértigo. Casi que pide leerse sin respirar para que pase rápido.
Las letras temblorosas surgidas de la mano izquierda parecen hundirse en las entrañas de la tierra. Dejan espacio para respirar profundo y pausado y llegan a dibujar una parte del sosiego que se siente al leerlas.
Es la misma pregunta.
Ambas respuestas hablan de anhelos. De deseos encubiertos. De querer escurrirse por una rendija. De salirse del lugar que se ocupa.
Hablan de ego. Mucho.
También de desnudarse y mostrarse vulnerable. Ambas.
Pero el tono y el halo que dejan a su paso son tan distintos, que parecen hablar de cosas diametralmente diferentes.
Yo diría que, respondiendo a una pregunta como la que se planteó que apunta a nada menos que lo que cada cual necesita, los textos traslucen un tinte sutilmente divergente.
En el primer caso no hay lugar para reescribir. Es escritura automática en estado puro. A bocajarro. Sin cortapisas ni miramientos. ¡Todo al rojo!
En el segundo caso, la velocidad pausada no deja espacio para ser atravesada por un tren de última generación y esto permite que otra luz haga acto de presencia.
Es sutil, pero certero.
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DERECHA
Necesito caminar sin la sensación de estar perdiendo un tren.
De sentir que algo se me escapa.
Que me dejo algo por hacer y he olvidado qué es.
Que camino con miedo a perder de vista hacia dónde voy.
Que atiendo demasiadas cosas a la vez y ninguna de ellas al mismo tiempo.
Que me comprometo con tanto, que acabo sin dar respuesta a todo lo que me propongo.
Que me falta mucho para llegar a algún lugar.
Que no logro definir con claridad.
Que no tengo tiempo suficiente.
Que me dejo muchos abrazos por dar al cabo del día.
Que no acabo de disfrutar.
Que trato de estar en muchos sitios a la vez.
Que no quiero dejar nada pendiente.
Que voy demasiado rápido.
Que no voy con la suficiente calma.
Que hablo mucho y escucho poco.
O que me desdibujo por no decir nada.
Que escapo hacia afuera para huir de ir hacia dentro.
Que pierdo la capacidad de estar presente.
Que me disperso con facilidad, me crecen los enanos o no voy a visitar el mar tanto como me gustaría.
Necesito no tener la sensación de que los árboles se alejan, cansados de esperar a que llegue el momento de que vaya a decirles hola.
Que todavía no es el momento o que quizás sea demasiado tarde.
Necesito salirme de esta percepción de creer que no sé lo suficiente, que no estoy a la altura o que esto o aquello se podría mejorar.
Que el vaso está medio vacío.
Que vivo conectada a la desconexión.
Que me desconecto con facilidad.
Que me cuesta seguirme a mí misma.
Que la mayoría de cosas me supongan un esfuerzo que no tiene sentido de ser.
Necesito alejarme de la sensación de que no fluyo.
Que no encuentro respuestas.
De preguntarme continuamente.
De buscar y no encontrar.
De encontrarme perdida.
De perder de vista el horizonte.
De creer que el horizonte se aleja.
De alejarme de mi centro.
De centrarme en otra cosa.
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(Respira…)
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IZQUIERDA
Necesito caminar ligera de equipaje.
Sentir que fluyo.
Que detrás del uno va el dos.
Que soy todo lo que necesito ser.
Que estoy en casa.
Necesito confiar.
Caminar sabiendo que el mapa se dibuja mientras camino.
Que en cada momento aparecerá lo que necesito.
Necesito sentir que todo está bien.
Que soy suficiente.
Que no necesito nada más que abrazar lo que hay.
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Te propongo hacer el mismo ejercicio y veas qué resulta 🙂
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Y, mientras coges el cuaderno y el bolígrafo para escribir, te comparto un artículo precioso que he leído hoy, y que me recuerda, como en el ejercicio que propongo, la maravilla de andar a otra velocidad.
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Foto: Michał Parzuchowski (En: Unsplash).
«En el primer caso no hay lugar para reescribir. Es escritura automática en estado puro. A bocajarro. Sin cortapisas ni miramientos. ¡Todo al rojo!
En el segundo caso, la velocidad pausada no deja espacio para ser atravesada por un tren de última generación y esto permite que otra luz haga acto de presencia.
Es sutil, pero certero.»
Es un ejercicio precioso para corcocircuitar al hemisferio pensante, aunque la división entre ellos sea solo teórica. Lo conocía, pero me ha maravillado tu definición. Y leerte buscando, escuchándote, permitiendo que llegue lo que ya está sucediendo. ¡Gracias por compartir! Y que viva la sabia lentitud de los caracoles.
¡Me encantó lo de «cortocircuitar al hemisferio pensante»! Lo sentí tal cual lo expresas, Lidia 🙂
Un abrazo.
Voy a hacer el ejercicio!! Qué claridad que tiene la mano izquierda 🙂
Alivia leerla!
Adelante con la tinta y el papel!! 🙂