Hoy he salido a trepar montañas.
Lo hago de vez en cuando.
Cuando necesito salir de donde estoy,
trepo montañas siempre que puedo.
Mientras trepo, no pienso en nada mas.
Únicamente en el próximo paso que he de dar.
Está bien esto del paso a paso. Es a lo que aspiro en lo cotidiano. Pero, en el día a día, a veces no lo encuentro tan sencillo.
Hoy salgo a trepar montañas.
Y lo hago siguiendo un camino nuevo. Que no he recorrido hasta este momento.
Esto otro es algo que también practico cuando quiero salir de donde estoy.
Prestar atención para no despistarme y recorrer el sendero sin perderme, me trae al momento presente.
Un buen sistema para priorizar lo importante, practicar la economía de pensamientos y dejarme de tonterías con todo lo accesorio.
Trepar montañas lo hago cada tanto.
Atreverme a caminar sola por un sendero nuevo, no lo hago tan asiduamente.
Y siento que estaría bien hacerlo más.
Creo que no lo hago tan habitualmente como lo haría si le perdiera un poco el respeto a la posibilidad de extraviarme. Porque es así: me he perdido en dos ocasiones, y el monstruito del miedo viene a prevenirme no vaya a ser que se repita una tercera vez.
Por suerte, ya voy aprendiendo alguna maniobra de distracción y, en determinadas ocasiones como hoy, practico esto de poner rumbo, no a lo desconocido, sino a aquello por descubrir.
Cambio de punto de mira.
Cuando recorro un nuevo sendero por primera vez, no tengo ni idea de qué vendrá a continuación de donde pongo ahora el pie.
Si además las marcas que señalan el camino, como ocurre ahora, s distancian demasiado o se desdibujan, mantenerme presente pasa a primera línea sin importar nada más.
Mi mente no lo ocupa ningún otro pensamiento. Dedicación plena.
El camino me lleva a sacar el foco de donde quiere la mente que me pierda, y poner el punto de mira en lo que estoy haciendo justo en este momento. Caminar.
Entonces, recorrer la distancia entre dos puntos, se convierte en una práctica meditativa.
El camino, mis pies, y nada más.
Cuando llego al destino, sonrío.
Alzo la mirada. Como hago ahora, aquí encaramada en esta atalaya.
Me empapo del viento que canta a mi alrededor entre los riscos y barriendo las lomas arboladas. Y me siento un rato para dejar que barra también los últimos rastros de pensamiento.
De esta manera, queda espacio libre para que ningún murmullo mental obstaculice la fluidez que necesito para emprender el camino de vuelta.
De regreso, nuevamente presto atención a cada paso. Porque en el camino de descenso, las marcas vuelven a jugar al escondite, y caminar despacio y con todos los sentidos despiertos, vuelve a ser requisito indispensable para no andar dando pasos en falso.
Caminar sola por un sendero nuevo, tiene su emoción y también su recompensa.
Se queda impreso en tus células que para emprender en una nueva dirección, es tan «sencillo» como barrer los pensamientos, ponerse en marcha,
y caminar con atención.
Con estos tres ingredientes, el terrible monstruito del miedo se queda dando su charla sobre prevención, y su voz acaba por apagarse.
Y tú, ¿qué haces para cambiar el punto de mira?
Deja una respuesta