Esta mañana, al levantarme, encontré un pajarillo en la cocina en una trampa con pegamento para insectos. Estaba ahí, quieto, con las plumas ahuecadas. Asustado.
Cuando lo ví, traté de entender cómo había llegado hasta ahí. Porque la trampa estaba debajo de la pila y ahora estaba en medio de la cocina. Seguramente había entrado durante la noche por una de las ventanas abiertas y, quizá, atraído por el olor de las feromonas de la trampa, se había posado sobre ella buscando yo que sé qué y ahí quedo pegado. Trató de liberarse del pegamento pero a medida que se agitaba más, quedaba más pegado. Debió ser una lucha intensa para buscar liberarse de aquello que le mantenía inmóvil, sin darse cuenta de que a medida que luchaba más, quedaba más y más pegado al soporte. Es posible que al principio, cuando aún tenía las alas libres, intentara volar para salir de allí y eso fue lo que le llevó a trasladar la trampa al medio de la cocina, pero luego, al pegarse también el aparato de vuelo, condenó él mismo su única manera de liberarse.
En un último intento por escapar, debió intentar arrancarse alguna de las plumas pegadas con el pico porque cuando lo encontré lo tenía lleno de plumas pequeñas sin poderlo abrir apenas.
Todo esto lo pensé en apenas un segundo mientras cogía el soporte y lo sacaba a la terraza. Intenté soltar algunos de los puntos atrapados con ayuda de la punta de un cuchillo y logré soltar las patas con muchísimo cuidado para no herirlo más. Se mantuvo inmóvil. Dejándose en un último intento de encontrar una salida. Luego corté con unas tijeras la punta de las alas prendidas del pegamento y con ayuda de un trozo de papel, lo saqué de allí y lo dejé encima de la mesa.
Respiraba a toda velocidad. Apenas se movía ajustando el vientre a la mesa asustado. Me retiré un poco después de asegurarme de que había quitado el pegamento de sus patas, alas y pico tanto como me fue posible sin herirle. Lo observé unos instantes y entré a por un poco de galleta triturada y un poco de agua que dejé en dos tapas de tarro de cristal a su lado.
Me quedé allí quieta unos minutos y luego pensé que tal vez era mejor depositar las tapas y el pajarillo en una caja abierta de madera y ponerlo en un lugar fresco. Hice el traslado y lo dejé tranquilo esperando que se recuperara.
Después de un rato, mientras pensaba en lo que sentí al tiempo que liberaba al preso de su jaula, volví a salir a la terraza y ya no estaba. Lo ví saltando y piando. Hacía vuelos cortos porque sus alas recortadas no le permitían volar bien, pero ya no las tenía ahuecadas por el miedo.
Le acerqué la tapa con el agua y me escondí para que no se asustara. Lo observé unos minutos y me alejé.
Pensé en algunas de las situaciones de mi vida en las que me he encontrado en medio de un lugar con pegamento. Algo que me hace quedarme ahí pero que reconozco que no me hace bien. Y que sin embargo me mueve a quedarme.
Algo con lo que me debato acabando en un debate conmigo misma, y con lo que, a medida que la lucha se intensifica, me enredo más y más. Recuerdo alguna situación. También personas con las que me relaciono que reconozco que no me aportan sino parálisis y ahí me quedo. Y me pregunto ¿por qué si siento que al poner un pie en una situación o en una relación no me hace bien, no lo retiro cuando aún estoy a tiempo y me quedo ahí tratando de estar hasta límites que me causan dolor?
De un tiempo a esta parte, me he dado cuenta de lo importante que es prestar atención a aquello que vivimos.
Para decidir con consciencia y responsabilidad en los jardines que queremos adentrar nuestros pasos, las personas que elegimos para que nos acompañen en este viaje que es la vida.
Tal vez en un primer momento no nos demos cuenta. Pero siempre hay señales luminosas. Cosquillas de inquietud o de emoción en las tripas, según el caso. Tensión o ligereza en el ambiente. Indicios sutiles que sólo captamos si estamos presentes.
Hoy me invito a caminar este día con consciencia. Mirando con los ojos y escuchando con los oídos. Pero también desplegando el resto de los sentidos. Aquellos que nos permiten percibir las vibraciones de nuestro entorno, los que nos mueven las cosquillas de la emoción y la pasión cuando estamos viviendo en sintonía. Aquellos que también nos disparan las cosquillas de la alerta. Porque nuestro cuerpo sabe cuándo estamos en un lugar que no le hace bien. Cuándo nos embarcamos en experiencias que no nos aportan valor.
Hoy me digo a mí misma: pon atención a ver qué sientes.
Quédate si te aporta valor y aléjate del pegamento.
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Foto: Scott Sanker (En: Unsplash).
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