Vivir en “modo slow”,
no me resulta sencillo.
Dejé hace ya casi tres años una dinámica marcada a golpe de despertador diario y de los tiempos establecidos desde el exterior a los que había que responder para resultar eficaz (que no siempre efectiva).
Desde entonces, trato de dibujar cada día con algún toque que me mueva a la calma. A veces no es fácil vivir despacio, pero siempre hay oportunidades para incluir gestos a menor velocidad de la que estoy habituada.
Y cuando digo vivir despacio no necesariamente me estoy refiriendo a caminar a menos kilómetros por hora. Para mí, vivir más despacio implica ralentizar la velocidad en la que me muevo, como, actúo…
Vivir despacio también comporta sintonizar con lo que deseo,
con aquello que me aporta valor.
Implica dedicar momentos como el de ahora, para viajar de un lugar a otro en tranvía mirando por la ventana o escribiendo sin preocuparme de conducir el coche.
Vivir despacio para mí es visitar a alguien sin colocarme otra cita a continuación. Desde que hago esto, permito que la visita evolucione sin una “hora tope” y dejo espacio a los planes que puedan surgir. Los encuentros con la gente que quiero han ganado en calidad y me llevo, después de cada uno de estos encuentros, una sensación placentera del compartir sin prisa en lugar de haber estado mirando el reloj inquieta por no llegar a tiempo a lo que tuviera “programado” después.
Para mí, vivir despacio incluye agendar momentos en el día para disfrutar conmigo y con la gente que quiero. Este gesto tiene un significado especial vinculado a valorar lo que soy y quién soy, además de lo que tengo y lo que hago.
Vivir despacio también es salir de casa con tiempo. Tener la posibilidad de llegar al lugar al que voy antes de lo previsto y sentarme en un banco a ver cómo pasa la gente, cómo se mueven las hojas de un árbol o cómo toma el sol una lagartija sobre una piedra.
Vivir despacio es desconectar el móvil cuando estoy con una persona. Es cocinar a fuego lento una comida rica y nutritiva y comerla después saboreando cada ingrediente, incluso los que tienen un sabor más sutil.
Vivir despacio es lograr que salte a mi vista una pequeña flor en medio de un campo verde o una seta en el lecho de un bosque. Estos acontecimientos me dicen que vivo ese momento conectada con lo que es, y no tanto imbuida en la vorágine perdiendo la perspectiva.
Muchas veces he tenido la sensación de transitar la vida con el objetivo de llegar a un lugar, de hacer tal o cual cosa.
Ahora pruebo otra manera de vivir en la que la hora que es es AHORA, el lugar en el que estoy es AQUÍ, y lo que soy es ESTE MOMENTO [1]
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[1] Del libro “el guerrero pacífico”. Autor: Dan Millman.
Foto: Wolfgang-Hasselmann (En: Unsplash).
Qué difícil es caminar lento cuando la mente camina rápido… cuando los pensamientos están sumidos en una vorágine infinita… Cuando la rutina es presa del tiempo, dónde un segundo cuenta para que no te descuenten sueldo de la nómina… Qué difícil es a veces «parar» en algunos contextos. Pero ahí seguimos: caminando. Siempre caminando. Ya vendrán tiempos más lentos. Seguro 😉
Me encanta esta entrada de tu blog. ¡Sigue transmitiendo así!
Es difícil. Pero no imposible. «Sólo» requerimos prestar atención 🙂