Hoy me despierto en un espacio que no es mi lugar pero al que decidí abrirle los brazos cuando me fue ofrecido respondiendo a aquella práctica que tanto me cuesta que es el aprender a recibir. Un espacio que ha resultado brindarme la misma sensación de acogimiento que si fuera el mío propio.
Después de un sueño reparador, me siento a escribir.
Deleito las papilas gustativas con un trozo de calabaza que parece salida del otoño que hoy entra por la ventana en forma de cielo color gris ceniza y de ambiente fresco tras la lluvia de las primeras horas de la mañana.
Recuerdo algunas de las imágenes que me trajeron los sueños de la noche pasada que, como siempre que duermo sin prisa por despertar, me regalan pinceladas de claridad sobre lo que vivo. Anoche alguien cercano apareció fundida con la silueta de Morfeo. Alguien que me conecta con un lugar lejano que siento bien cerca a la vez. Me parece que, a medida que pasa el tiempo, comprendo un poco mejor porque lo siento tan cercano. Y es porque me conecta con lo que soy, con el hecho de escucharme sin emitir juicios.
Tras desperezarme, me quedo sintiendo esta visita y lo que puede querer decir para mí. Lo primero que se me pasa por la cabeza seguramente sea la explicación, porque lo primero que viene al pensamiento sale directo de lo que se siente. Todavía no ha caído en el mezclador rumiante del intelecto y está libre de contaminantes excesivamente medidos y dirigidos por el “y si…”, “bueno, pero tal vez…” y conservantes similares.
En el sueño hablábamos sobre algo que me resuena con la posibilidad de centrar el foco en aquello que verdaderamente deseamos. Con saludar al ego cuando viene a boicotear para reconducirnos a “lo que toca”, “lo que se espera de nosotras”, “lo que sigue el contrato que en algún momento hicimos con nosotras mismas” y continuar caminando según lo que nos vibra por dentro.
Me siento a escribir y antes ojeo algo que, en principio, no tiene nada que ver con lo que esperaba encontrar, si es que esperaba encontrar algo concreto. Es un vídeo en el que aparece otro alguien recitando. Habla sobre una jaula de papel. Sobre el despertar y levar anclas, sobre despojarse de los miedos. Escucho absorta en la profunda voz que entona perfectamente según la tilde del escrito que sostiene. Cuando termina, siento una percusión interna que reconozco.
Logro tocar tierra de nuevo y otro disparador se cruza por delante. Esta vez en forma de escrito. Es el diario de una pantera que habla sobre el miedo (https://nereate.wordpress.com/2015/12/14/miedo/ , de la película «la vida de Pi»).
Vuelve la percusión.
Y entonces, me siento a escribir. Escribir desafiando a los miedos y a las dudas. Teniendo unas ganas tremendas de correr, de derramar todas las tintas posibles sobre kilómetros y kilómetros de papel. De saludar al ego como si no viajara conmigo y de caminar, por fin, el sendero que sueño.
Saludar al ego…
Cuánto dices con tan poco.
Me gusta cómo usas las palabras.
Gracias.
Gracias a tí por compartir. Y enhorabuena por tu espacio 🙂