Cuando sueño y me despierto lo suficientemente cerca del sueño como para poder acordarme, cojo la libreta y el bolígrafo que duermen sobre la mesita de noche, y escribo sobre lo que recuerdo para luego leerme.
Esta mañana, empezaba la sesión de escritura matutina con este pensamiento (transcrito tal cual de lo que en ese instante acudía a mí tras despertarme): lo que se cae para ti, no te va a sostener. Salta cuando estés a tiempo. Justo en el momento que sepas que no vas a “morir” y que puedes salvarte.
En el sueño andaba sobre uno de esos puentes de hierro, que atraviesa de un lado a otro un acantilado tremendo entre dos montañas. Iba caminando agarrándome bien a la estructura metálica con una bolsa de tela en una mano y unas gafas de sol en la otra. No sé muy bien por qué, porque esto no me facilitaba mucho el avance.
Cuando estaba a punto de alcanzar el otro extremo, el que estaba anclado al lugar del que partí cedió y se precipitó al vacío. Toda la estructura comenzó a desestabilizarse y sentí que iba a caer. Me cogí bien y empezó el descenso vertiginoso. Mientras caía pensé en utilizar la bolsa de tela a modo de paracaídas, pero luego descarté la idea: a tal velocidad sería imposible que soportara la fuerza del aire y no me sostendría. Seguí cayendo…
Y, de repente, logré entrar en una especie de calma. Me pareció incluso que caía más despacio. Y entonces pude pensar: saltaría cuando estuviera lo suficientemente cerca del suelo como para “asegurar” de algún modo un impacto más liviano, pero no tanto como para poder evitar que la estructura al caer se hiciera añicos y me atrapara entre los hierros. Respiré y seguí observando.
Llegó un momento en que estuve lo suficientemente cerca del suelo como para darme cuenta de que lo verde que veía desde arriba no era sino la vegetación acuática que flotaba sobre una masa de agua. Esperé unos instantes y más y salté…
Me sumergí en el agua y permanecí allí abajo dejando esperar el tiempo suficiente como para que la estructura cayera y el agua frenara su impacto. Buceé hacia el lado contrario al que intuí había caído el puente, y entonces gané la superficie. No había muerto. Me había salvado.
Cuando ya tengo claro que algo en mi vida no es para mí pero, de momento, sigue aportándome valor de algún modo el mantenerme ahí, ¿tengo la templanza de poner la intención en mantenerme atenta para buscar el momento justo de salir de ese lugar o de esa situación para que el impacto de la salida no sea excesivamente duro y me permita salir para continuar caminando?
Claro que la tienes. Si no somos capaces por nosotros mismos y dejamos al instinto de supervivencia proceder, nos hace saltar desde donde haga falta justo antes de que sea demasiado tarde 😉
Hola, peregrina 🙂
Creo que la clave está en que ese momento sea el justo también en el sentido de que, no sólo sea el que nos permita sobrevivir, sino vivir plenamente con lo que sea que traiga consigo en aprendizaje mientras sostenemos el tiempo antes de saltar 🙂
Un abrazo gigante
Sí. Eso ya es nivel «pro» jijij 🙂