En los últimos días, cuando llego a casa o salgo del pueblo en el que vivo, veo los almendros que han florecido durante este mes.
Siempre me he preguntado qué mágica señal escuchan que les hace entrar en un proceso que les llevará a dar sus frutos sin cuestionarse nada más.
Sí, ya sé, detectan que el tiempo empieza a ser más cálido y ponen en marcha un mecanismo interno que desencadena todo lo que sucede después.
Pero, ¿no os parece curioso?. No se paran a pensar si, aunque sientan la calidez del entorno durante unos días, luego puede venir una helada que eche a perder la formación de los frutos. Ellos sienten que la primavera está cerca, que el sol brilla distinto, que el aire silba de otro modo o la humedad del ambiente cambia y se lanzan a la aventura.
Unos años tienen más suerte que otros, pero siempre se lanzan a intentarlo. Perciben que es el momento y no se plantean nada más allá. Florecen. Sin más. Se engalanan con sus mejores vestidos, y salen a pasear.
¿Y si florecer es sólo una cuestión de actitud?.
¿Y si resulta que es cuestión de ponerse en acción en el sentido que a una le vibra, sin plantearse nada más que eso: ponerse a caminar y ver qué ocurre?.
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