Sonrío cuando vivo una experiencia que me invita a cuestionar formas de hacer antiguas. Y, en los últimos días, me ha pasado un poco esto a raíz de un desencuentro que, finalmente, fue uno de los mejores encuentros que he tenido en los últimos tiempos 🙂
Empiezo a entender que el amor incondicional viene acompañado de algunos elementos que aportan poder y estabilidad al vínculo, y se despega de otros que lo único que hacen es restarle energía pudiendo provocar que se diluya en el vacío.
Permite ver en la otra persona sus bondades, sí. Pero éstas no enmascaran las dificultades que todo ser humano tiene precisamente por su condición de humanidad.
El amor incondicional me abre la posibilidad de expresarme y también de equivocarme. De compartir desde lo que me llena y también desde los miedos e inquietudes que me vacían. Y lo hace otorgándome la capacidad de escuchar y empatizar. De parar para escucharme y sentir el efecto de lo compartido dentro de mí misma y de las otras personas. Para respirar y reconocerme en lo propio y en lo que no soy y se apoderó de mí desvirtuando mi mensaje.
Siento que me permite compartir el reconocimiento de mis errores sin sentir que pierdo ninguna batalla. Me permite ver en mí misma y también en las demás personas. Me permite vernos en la misma humanidad.
Aceptarnos tal y como somos y caminar sin tener la sensación de incomodidad o rechazo hacia el atuendo que cada una lleva. El atavío es lo que nos pusimos por la mañana el día que empezamos a recorrer el camino de la vida, y lo vamos completando a medida que seguimos caminado, incluyendo nuevos elementos en cada esquina. Pero somos más que esto. Debajo del vestuario viaja nuestra auténtica esencia. Ésa que dejamos que se muestre tal y como es para desplegarse sin límites cuando nos sentimos libres para hacerlo.
Ahora empiezo a entender que esta libertad es la que regala el amor incondicional. Y lo hace porque me permite ver en la otra persona las dificultades que le impiden relacionarse con autenticidad y, al mismo tiempo, permite que me vea en las mías propias sin tener el impulso de esconderme, sino que me invita a reconocerme abiertamente dándome la oportunidad de continuar construyendo una mejor versión de mí.
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Foto: Valle de Calamuchita (Sierras Grandes, Prov. de Córdoba, Argentina). Por Josefina Aramendy.
Sin palabras, María. No lo has podido describir mejor. Amor incondicional para nosotros mismos y hacia los demás, como puente que une y no como barrera que separa.
Un abrazo.