Vengo saltando a lugares desconocidos plenos de incertidumbre para mi condición presente, desde hace cinco años. La gente me pregunta cómo fui capaz de dar el primer salto. ¿Cómo soy capaz de seguir saltando y de mantener el equilibrio?.
Ahora, después de todo este tiempo, empiezo a tener claras algunas respuestas.
La primera vez que salté, reconozco que, en parte, vino aderezada por una pequeña dosis de huida. Sentía que me levantaba por las mañanas y no tenía una gran motivación por empezar el día. Miraba hacia delante y me parecía increíble que fuera a ser así en lo sucesivo. Tenía dos opciones. Permanecer en ese lugar o salir de él generando un cambio.
Hice lo segundo. Ahora, en la distancia, veo que la elección de permanecer también hubiera sido válida. Pero que, sin duda, permanecer en lo externo, sin generar movimiento en lo interno, no hubiera cambiado en absoluto la situación. En este momento, me doy cuenta de que para mí, la primera salida no era factible. Y no lo era porque la sensación de «no vida» era muy fuerte.
Ahora, después de cinco años de haber saltado aquella primera vez, me doy cuenta de que elegí bien. Porque, aunque a veces me cueste guardar el equilibrio, me siento más viva que nunca. He aprendido que las personas podemos dibujar el escenario en el que actuamos. Que la idea de que sólo existe una única opción no es real, y que quedarnos en aquel lugar en el que entramos una vez si sentimos que ya no resonamos con él, no tiene mucho sentido para mí.
Después de saltar la primera vez, que es la que da más miedo, me he dado cuenta de que las personas somos capaces de saltar más veces.
Las aves lo hacen. Siempre hay una primera vez para saltar del nido y volar. Después, vuelven a saltar una y otra vez desde las ramas, desde las rocas… Tuvieron un primer momento en el que se sintieron incómodas en el nido y eligieron salir afuera. Se dieron cuenta de que ahí afuera es donde hay más aire, más sol, donde el mundo es más amplio. Y eligieron saltar.
Estoy segura de que ellas, las aves, también cambian su foco.
Pasan de tener el foco en la comodidad de lo conocido, que no está nada mal porque además es incluso necesario durante su tiempo de crecimiento inicial, a la curiosidad por ver qué hay ahí fuera, por experimentar, por darse la oportunidad de comprobar que son capaces de construir su propio nido, de saborear la libertad de ir y venir.
¿Cómo fuí capaz de saltar la primera vez y cómo soy capaz de seguir haciéndolo? Supongo que es una mezcla de intención, de ponerle foco al punto de mira, y de confiar.
«Oye, ¿y no tienes miedo?». Claro. Claro que lo tengo. Pero entreno para dejarle poco espacio. Entreno para… de nuevo el foco… prestar más atención a la posibilidad que se abre al saltar, que a las incertidumbres que acompañan al propio salto.
Mantengo un equilibrio relativo. Me gusta llamarlo así. Voy caminando y, de tanto en tanto, doy un ligero traspiés. o me tambaleo sobre la cuerda. Empiezo a entender que vivir es eso. Experimentar. Jugar. Atreverse.
Unas veces la sensación de pérdida de equilibrio aparece con más fuerza. Y otras veces… 🙂 Otras veces, la sensación de estar haciendo lo que realmente me palpita es tan grande, que la incertidumbre se desvanece.
Y, de nuevo la intención. Porque entonces, tras esa sensación de bienestar, elijo poner la intención en sostenerla el mayor tiempo posible aunque eso implique saltar de nuevo.
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Foto: Nicolas Tissot (En: unsplash)
Cuánta razón, María…los saltos son necesarios para no estancarse, sobre todo, si como comentas, te sientes más muerta que viva. Algo falla y hay que moverse, saltar. Y sí, el primer salto es el que más cuesta, peo creo que también cuestan los otros si ya te has acomodado en cierta manera.
Estoy de acuerdo también en la incertidumbre, esa sombra que aparece con mayor o menor intensidad. Pero una vida de certidumbres es un poco aburrida…algo intermedio sería lo deseable…el equilibrio del que hablas?
Hola Elena. Bueno, cuando hablo de equilibrio me refiero más bien a sostener con serenidad un punto parecido al que existe en lo alto de una curva, en el que, unas veces podemos caer hacia el lado de la inquietud, de la inseguridad, de las dudas y las incertidumbres, y otras veces deslizarnos con suavidad hacia la ladera de la expansión, del sentirnos seguras de estar en el camino, del respirar profundo y sereno. Tomar decisiones implica esto. Un continuo vaiven entre ambas laderas. Así lo siento.
Un abrazo y gracias por compartir 🙂
Dos palabras autenticidad, valentía. Gracias por este post Maria
Gracias a tí, Nines, por compartir.
Abrazote