La palabra «desafío», suena contundente.
Decidida.
Yo diría que es un concepto de líneas rectas, sin dobles sentidos.
Se expresa directa a la yugular, directa a tocar la fibra del espectador. Creo que, incluso, es imposible que deje a alguien indiferente.
Moviliza.
Mueve a saltar o a quedarse paralizado. De una pieza. En cualquier caso, moviliza sin equívoco.
La idea que se esconde detrás de su significado, palpita con fuerza.
Me suena a una manada de elefantes trotando de manera pesada y hollando el suelo con sus patazas, sosteniendo el peso pesado de sus cuerpos.
No, no es una idea ligera como la brisa que puede colarse sutil entre las hojas de los árboles. Es afilada, eso sí.
Corta con decisión. De manera limpia. Dejando los bordes abiertos a tomar una decisión.
No deja lugar a dudas. Es clara y concisa. Si soltara un discurso en el foro de un teatro, por mucha gente que estuviera presente, al acabar, se escucharía un silencio abrumador. Nadie se atrevería a cuestionar ni una sola palabra. A todo el mundo le quedaría claro lo que dice y cómo lo dice.
Es un concepto que mueve a la acción. Ya lo dije antes. Bueno, puede que mueva a una parálisis momentánea. Pero, me da la sensación de que sólo sería eso: momentánea. Porque algo que incide con tanta claridad, que toca el punto justo sin titubear, personalmente creo que es algo que no podría obviar así como así.
Se me quedaría dando vueltas en algún rincón, aunque fuera un tanto escondido. Aunque no gritara mucho y me pareciera haberlo perdido de vista, seguiría siendo consciente de que está ahí.
En algún momento, iría a ver qué pasa. Acción. Me picaría la curiosidad. Estoy segura. Y, aunque fuera por probar, intentaría coger el toro por los cuernos. Mirar aquello que me paralizó en un primer momento, de frente. Directamente a los ojos.
Seguramente antes hubiera respirado profundo varias veces. Todo depende de lo que me impusiera. Pero, finalmente, trataría de entrar en su espacio.
Escucharía más allá del sonido abrumador y trataría de resolver el acertijo que estuviera proponiendo.
Creo que lo haría porque algo que se acerca con tanta decisión, merece ser atendido. Merece ser colocado en algún lugar concreto. No creo que se pueda continuar tranquilamente, dejándolo ahí, aparcado en el borde del camino. Porque su decisión le llevará a aparecer en otro recodo del sendero. Aparecerá para recordarme que está ahí. Me llamará a adoptar una postura frente a lo que propone.
La palabra «desafío» cae como una lluvia persistente. No hace falta que sea torrencial, ni devastadora. De hecho, generalmente, es una lluvia nutridora.
Dar respuesta a un desafío nos habla de nosotras mismas como personas capaces de resolver. Sí, ya sé cuál es la pregunta que viene a continuación porque yo también me la hago: ¿y si no resuelvo de manera correcta?
En mi caso respondo: no existe una única respuesta a un desafío.
Una vez decido hacer algo con él, una vez acepto escuchar lo que viene a contarme, lo que haga a continuación para darle respuesta, no importa tanto. Porque el mero hecho de responder, desvanece su poder lacerante. Se diluye la contundencia que le acompaña. Desaparece. Deja atrás su razón de ser.
El desafío, deja de ser desafío una vez resuelto.
Deja una respuesta