Un diente de león muestra su vulnerabilidad, su fragilidad podría decir, cada vez que echa a volar.
¿Fragilidad? Bueno, cuando lo miro ahí, enraizado con sus semillas delicadas temblando aún con el suave viento, me da la sensación de vulnerable, de estar expuesto a que venga una más fuerte y desmonte su delicada estructura. Me da la sensación de estar mirando algo frágil, con delicada capacidad de permanencia.
Luego, me doy cuenta de que está ideado con este objetivo. La vulnerabilidad que muestra, es. Forma parte de sí. No la esconde. De hecho, la exhibe. Es lo que más capta mi atención .
Observo sus semillas dispuestas como si se fueran a romper de un momento a otro, como si fueran a desprenderse del conjunto a la primera de cambio.
¿Y si lo hacen?
Resulta que cuando la acción del viento, el roce de un animal o el soplido de un humano conectado con su infancia, desprende las semillas de un diente de león, es cuando logra completar el ciclo para el que fue diseñado.
Ese elemento, aparentemente disturbador, que pone en evidencia aún más, si cabe, su apariencia vulnerable, es el que actúa de impulsor para que las semillas inicien su viaje.
Si el percutor actúa con suavidad, la dispersión se traducirá en un traslado más corto. Pero si aparece con fuerza, el viaje de las semillas se traduce en toda una aventura. Se despiden apresuradamente del pie que les une a la tierra que les vió nacer, y alzan el vuelo. Puede que recorran unos cuantos metros, tal vez kilómetros antes de establecerse en un nuevo lugar.
Su vulnerabilidad permitió que las semillas fueran transportadas por el viento, y les brindó la oportunidad de llevar vida a otro lugar distinto al punto del que partieron.
Las amapolas también me parecen seres extremadamente vulnerables.
Cuando era una niña, me encantaba la idea de coleccionar un ramo de amapolas y disfrutarlas en un jarro con agua en casa. Las cortaba y mi ilusión se iba al traste. No llegaban ni siquiera a unos pocos metros del lugar donde las había recolectado. Se mustiaban a gran velocidad ante mi atónita mirada. No entendía cómo era posible que fueran tan efímeras.
Luego aprendí que en su vulnerabilidad reside, precisamente, la belleza que tanto me atrae. Siempre me han parecido flores de papel. Como las jaras.
Si fueran de otro modo, más consistentes, menos delicadas, dejarían de ser las flores que son. Seguirían siendo flores. Puede ser. Pero no serían amapolas ni jaras. Su esencia, sería distinta.
Cuando me muestro tal y como soy, me siento vulnerable. Imagino que exponerme de manera auténtica, conlleva la vulnerabilidad.
Serme fiel en cualquier ámbito de mi vida, se me resiste. Y es porque, al mismo tiempo, trato de parecer «poco vulnerable» para protegerme. En la vida cotidiana, en el ámbito profesional, con la familia, con las amistades, no es igual de sencillo mantener la autenticidad en cualquiera de estos espacios.
La palabra «vulnerable» me conecta con la idea de exposición, de desnudez, de ausencia de escudo protector. Es curioso porque todas estas ideas que aparecen como coletillas detrás de la vulnerabilidad, no aparecen por arte de magia. Son una elección.
También podría ligar la palabra vulnerabilidad a la idea de autenticidad, de ausencia de dobleces, de máscaras o medias tintas.
Supongo que el peso que socialmente le atribuimos las personas a la palabra «vulnerabilidad», también juega su papel condicionándonos.
Como diría una buena amiga, una de las claves de la vida está en preguntarnos si queremos comprar el molde, o si admitimos que no calzamos en él.
Personalmente encuentro que nadie calza exactamente en ninguna huella, salvo en la suya propia.
Somos vulnerables por naturaleza.
Igual que lo son el diente de león, la flor de la amapola y de la jara.
¿Elijo mostrar la vulnerabilidad que acompaña al hecho de mostrarme tal y como soy, caminando el camino que me susurra mi yo más auténtico, o elijo comprar el molde y aparentar no ser vulnerable?
Por ahora, busco los espacios y los momentos para mostrar mi vulnerabilidad. Entreno de esta manera la capacidad de sentirme vulnerable «a ratos».
Con el tiempo, aspiro a ser amapola o diente de león, y agradecer las ráfagas de viento que desmonten mi estructura para volver a nacer en otro lugar.
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Foto: Dawid Zawila (En: Unsplash)
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Es la segunda vez que escribo sobre la vulnerabilidad en menos de un año. Seguramente esto tampoco sea casualidad.
Entonces fue como un «romper el hielo» con el concepto. Un texto más poético, tal vez. Escueto y directo al grano. Ponía todas las cartas sobre la mesa sin decantarme.
Ahora es un tanto distinto.
De nuevo imágenes y metáforas. Ésta sigue siendo una de las características de las letras que escribo.
Sin embargo, ahora soy consciente de que no soy sin ella.
Es más, no quiero ser sin ella. Sin ella, dejaría de ser yo.
Me declaro abiertamente vulnerable y elijo seguir caminando sintiendo su aliento cerca. La vulnerabilidad se cuela en mis bolsillos, siempre lo hace. Sin embargo, me di cuenta de que eso no me impide caminar. Caminar es algo que puedo seguir haciendo.
Aixó som, llavors que volen per començar de nou altres històries, altres vides dins de la mateixa vida. Sense la vulnerabilitat (personalitat) no es pot fer el viatge.