Cierro el campamento volante que he mantenido durante apenas quince días.
Regreso.
Abro la puerta.
Entro en el mismo lugar del que salí.
Miro a mi alrededor y me resuena distinto.
Las mismas coordenadas geográficas de siempre. Un «siempre» que cumplió hace poco más de un año.
Sin embargo, me suena distinto.
Suena distinto a mis ojos.
Paseo la mirada por el espacio y se me antoja un universo totalmente diferente.
Por unos momentos, detecto un ligero desconcierto.
No acabo de entender qué es lo que no me cuadra exactamente.
La luz no ha cambiado.
La sensación de ser bienvenida tampoco.
Nada se ha movido de su lugar.
Es algo más sutil lo que no me acaba de encajar.
Huele igual que siempre.
La pituitaria no registra cambios perceptibles.
Tampoco es esto.
Según el rincón que visito lo percibo de manera más o menos evidente.
Aquí y allá se atiborran objetos que guardo por compromiso.
Configuran el mapa de los «porsiacaso» y los «ysis». De los «mesabemal» y también los «yavolverésobreellosenotromomento».
Revisiones de espacios y recovecos que he ido postergando a la espera de sentir el lugar un tanto definitivo.
No me di cuenta hasta ahora de que esta dilatación en el tiempo no hace sino aumentar el espíritu de eventualidad.
Transitorio es eso. Algo que dura un tiempo corto.
Un año no es algo corto. Son doce meses. Trece lunas. Una vuelta al sol con sus noches y sus días.
Y, durante todo ese tiempo, los «porsiacaso» y los «ysis» no encuentran sentido. Se pierde el significado. Y, ahí, es cuando comienzan a bloquear el espacio de manera sibilina.
Obstaculizan la mirada que trata de pasar a través de ellos, sabiendo que no tienen utilidad práctica ni aportan ningún valor y, sin embargo, tienen una densidad material tal que no permiten ser atravesados así como así.
Después de descubrir la razón que da peso (nunca mejor dicho) a este lugar, me pregunto: «¿tiene sentido retener?, ¿para qué retengo?».
Retener implica una inversión.
De espacio, en un lugar que no es precisamente una plaza de toros. Y de energía, bloqueando el paso y transparentándose en resistencias a otros niveles.
Me siento en el centro del círculo y espero un rato, mirando a mi alrededor con los ojos cerrados.
Suelto. Dejo ir interiormente.
Y, sin abrir los ojos, presto atención a cómo sería el mismo lugar sin los «mesabemal», los «porsiacaso» y los «ysis».
Me doy cuenta de que el aire sabe y circula distinto.
Efectivamente no tiene sentido.
Abro los ojos y me pongo en marcha.
Y tú, ¿qué retienes «porsiacaso»?
¿En qué lugar de tu cuerpo quedan instalados los «ysis»?
Te espero en el hilo de comentarios 🙂
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Foto: Nieves Casanova (El Clímax del Caminante)
Puf, estoy llena de ysis y porsiacasos! Es un buen ejercicio soltar nuestros apegos, aunque no me parece indispensable tener que quedarnos con lo puesto nomás. Lo que pasa es que perder ayuda a soltar. O dejar ir, nos ayuda a despegarnos. Es un símbolo. Lo que tenemos que desarmar es lo que le sobrecargamos a ese símbolo (sea el que sea, el auto, el trabajo, el marido, el perro, el libro, el mueble, la comida). Soltar todo lo que no nos permita danzar en libertad.
Muy lindo post Mary!
Impecable, Jose. Gracias por compartir, amiga.
Un abrazo transoceánico 🙂