Hace quince semanas que lo veo venir… Nada menos…
No lo venía viendo venir de manera consciente. Pero ahora que miro despacio cómo ha ido evolucionando la cosa, me doy cuenta de que algo dentro de mí lo sabía y así se ha ido transparentando en las hojas de este cuaderno.
El día 1 de abril escribí las primeras palabras. Ese día empezó a suceder. La entrada de aquel día se llamó muros y agua. Después, todo se precipitó en cascada.
Desafío. Compromiso. Intuición. Vulnerabilidad. De nuevo… pasión. Silencio. Soltar. Cierres. DESvirtualización. Liviano. Resistir. Resignificar. Presencia.
Y hoy ésta. Cuando estoy escribiendo el contenido de esta entrada, todavía no sé cómo se titulará. Son las cosas del directo. Ya he comentado alguna vez que estas entradas las escribo en automático sobre el papel y es después, cuando saltan a este espacio en la pantalla para que puedas leerlas 🙂
Escribo sin pensar. Una parte de mí, en algún lugar aquí dentro, sabe lo que va a ser escrito, aunque mi mano aún no lo sepa.
En esta ocasión lo sabrá dentro de un rato. Lo sé. Entonces regresaré unas líneas más arriba, y completaré el espacio en blanco que espera sin ninguna prisa 😉
Hace quince semanas que se fragua algo sobre el papel. Cada una de las entradas que he escrito desde entonces, ha ido hilando de manera sutil una parte de la historia que se estaba tramando.
Ahora, simplemente leo los títulos a vista de pájaro y me doy cuenta de que algo está sucediendo.
Hago un sobrevuelo movida por una intuición que me despierta a las dos y media de la mañana. Esto siempre sucede así también. Alguna bombilla se enciende dentro de mí y, si me doy permiso para seguir el impulso, prendo la luz y doy rienda suelta a las palabras escritas. El resultado, puede tardar unos minutos más o menos, pero siempre llega. Ésta es la magia de la escritura intuitiva y de confiar en ella.
Los quince últimos títulos publicados en este Cuaderno Nómada, me dan una ligera pista de hacia dónde va este lugar. Hacia dónde está yendo, de hecho.
Y, si buceo un poco en el contenido de las entradas, puedo llegar a entender más claramente qué es lo que está pasando. No me sorprende porque cuadra perfectamente con algo que se me pasó por la cabeza quizá no hace tanto tiempo y que, muy probablemente, ya andaba palpitando como queriendo gestarse en algo concreto.
Hablo de derribar muros. Del desafío que supone; también de los desafíos que aparecen. Del compromiso para que la transformación sea efectiva. De seguir la intuición; de la exposición y la vulnerabilidad que todo esto conlleva. De los arrebatos de pasión. De los momentos de silencio necesarios para no perder el aliento.
De soltar. De dejar ir.
De llegar a cerrar.
De regresar a la esencia, aunque eso suponga salir de la pantalla por un rato.
De alcanzar la ligereza. De sentirse ligera de equipaje.
De las resistencias que aparecen a renombrar, a otorgar nuevos significados.
De, finalmente, estar presentes sin perderse por el camino.
A grandes rasgos, estas últimas quince semanas, he estado hablando de todo esto.
Esto es lo que ha ocurrido a vuela pluma en estas últimas semanas. Pero este espacio tiene muchas más semanas de vida.
La semana que viene publicaré la entrada número 100.
¿Y luego qué? ¿Y a partir de ahí qué? – me he estado preguntando.
No sé si se espera algo distinto a partir de esa cifra redonda, pero personalmente asocio este número con varias cuestiones.
Lo primero es que me parece increíble haber llegado hasta aquí. No he revisado si han sido 100 publicaciones con una frecuencia semanal desde los inicios, como viene siendo el último año. Porque las primeras veces que escribí en este cuaderno, aún no tenía el apellido de «nómada». El apelativo de viajero vino después, con la reinvención de este espacio web.
Lo siguiente es que, si bien hacia afuera, a la vista de las personas que leéis el contenido, puede que no se espere ningún cambio así a priori, de este lado, viene empujando algo significativo desde hace tiempo. Algo que marque un antes y un después.
La secuencia de títulos y de contenidos de las últimas quince semanas son prueba viva de ello, como también lo son las pulsiones internas que no se ven, ni se leen. Que se seguirán escribiendo. Y que, por tanto, laten.
El número 100, a nivel intangible, ya marca un punto de inflexión en sí mismo. Lo marca este lápiz. Hoy escribo con él, cuando lo habitual es que lo haga con un bolígrafo, y seguramente esto tampoco es casualidad. Cuando encendí la luz de la mesita de noche para zambullirme de lleno y despejar lo que estaba en ebullición, sólo encontré un lápiz. El bolígrafo lo dejé en la otra habitación y no me apetece caminar hasta allí.
Un punto de inflexión, decía, que viene marcado para este lápiz y este papel. Para este punto de toma a tierra que es la práctica diaria del hábito de la escritura intuitiva.
(…)
Ha pasado exactamente una hora desde que empecé a escribir. Están a punto de dar las 3:33. Otro hito significativo que puede resultar sencillamente curioso hacia afuera, pero hacia dentro trae mucha información.
El cuaderno nómada entrará en un cierto letargo las próximas semanas.
Todavía no sé muy bien cómo evolucionará la cosa. Y presiento que cuando escriba el punto y final de la entrada de hoy, aún no lo sabré. Pero confío en que, a lo largo de los próximos siete días, se desvelará el misterio y podré contarlo en la próxima publicación.
No sé qué época del año marca tu calendario. Ahí, al otro lado, manejáis calendarios diversos porque leéis desde lugares distintos del mapa.
Puedo imaginaros leyendo al lado del fuego, con un chocolate caliente entre vuestras manos. Tiempo de aletargarse, sin duda. De desacelerar.
Y también, como aquí, en un lugar en el que se extienden los días más largos del año. Donde el calor mueve también a frenar, pero más bien porque es la técnica más saludable e inmediata para poner en práctica a la sombra.
En cualquier caso, de uno y otro lado, nos sumergimos en un período de parada. De circular a velocidad de crucero, sea la que sea esta velocidad a nivel numérico.
Siento que es tiempo de dejar el vehículo en piloto automático, como la escritura, y ver qué surge. De practicar aquí también la confianza en el movimiento de avance per se, sin necesidad de apretar el acelerador o cambiar de marcha cada tanto.
Desconozco qué vendrá después.
Esto hace un tiempo me generaba vértigo. Confieso que ahora, cada tanto, me sigue desestabilizando. Pero la experiencia me dice que dejar que sea, es la fórmula mágica para que todo acabe encajando tal y como ha de hacerlo.
Así que, dejo descansar el lápiz y el papel, suelto la toma a tierra, y me mantengo en escucha profunda para contarte la semana que viene cuál es el desenlace de esta historia.
Por ahora, con la información de que dispongo, puedo avanzar que, efectivamente se dará un proceso de desaceleración. Que no supondrá una parada. Y que el resultado será interesante. De eso estoy segura 🙂
¡Ah!, quedaba algo pendiente: el espacio en blanco. La respuesta encabeza este texto, justo en el horizonte 😉
Por mi parte, abierta a lo que nos quieras compartir Mary 🙂
Hay una palabra que resuena bastante en mi cabeza después de leerte y es «libro».
Sea cuando sea, lo quiero.
Bendiciones hermana agua.
Ahó, hermana tierra 🙂
Querida María, acabo de aterrizar por aquí y no he podido parar hasta devorar todas las entradas linkadas y alguna más. Lo que yo veo: un avance espectacular que me hace de espejo y unas ganas tremendas de seguir devorando lo que escribes y de continuar mi camino disfrutando serenamente de tu presencia. Gracias por ser. Un abrazo presente.
Gracias por tus palabras, preciosa. Feliz de compartir contigo el caminar de la mano de nuestra pasión por las letras escritas 🙂
Un abrazo