ANTES…
Cuando escribo estas líneas, estoy sumergida en el lado de la luz.
Me explico, porque esto suena un poco raro… Hace dos días que el teléfono móvil dejó de funcionar. Todo apunta a un problema relacionado con la batería, pero los detalles técnicos tampoco tienen mucha importancia.
Lo que sí me parece relevante es la cascada que se ha generado a partir de este hecho.
Creo saber lo que estás pensando. Y si es así, te diré que no. No tengo una sensación parecida a si me hubieran cortado una pierna, o a si me faltara el aire para respirar. Y sí, también me sorprendo de que así sea.
Cuando me percaté de que no era una cuestión de ponerlo a cargar como era habitual sino que el problema iba más allá, me dije a mí misma: “vale, indagaré opciones para salir del atolladero”. Pero no te creas que me puse a la desesperada. De hecho 48 horas después. No he movido un pelo para cambiar la situación y, aquí estoy, papel y bolígrafo en mano, escribiendo acerca de lo que esto me trae.
El lado oscuro de la fuerza es ciertamente tentador.
Para mí lo era. No voy a decir que viviera pegada al móvil, pero sí que invertía un tiempo precioso en tontear con él. Ahora tomo conciencia. Por suerte, el mar y el verde me atraen demasiado como para dejarlos de lado, y no los sustituyo por nada del mundo. ¡Que siga siendo así!
Ahora que está fuera de órbita, encuentro una oportunidad para acercarme a la luz. Ahora que la sombra no ejerce su influencia sobre mí y que yo, aunque quisiera lanzarme a sus brazos, me caería de bruces porque está en modo “off”, nunca mejor dicho, salgo aquí fuera y descubro que soy capaz de lo que era hasta hace algo más de 10 años. Tumbarme a la bartola, trabajar con más foco, acostarme acariciando las hojas de un libro, levantarme sabiendo que no hay ninguna onda extraña dispuesta a salir disparada en cuanto le dé al botón y volver a sorprenderme de los encuentros “por casualidad”.
Encontrarme con media hora y tirarme de cabeza al río sin que me parezca que es poco tiempo como para que valga la vida hacerlo. Y olvidarme de esa sensación que planea indefectible en esta era de la comunicación permanente y que nos lleva a creer que hemos de estar disponibles in continuum.
Regresar a la idea de que disponibilidad es estar presentes cara a cara, y que estar al otro lado de un teclado, no significa nada más que eso: estar al OTRO lado, no en el MISMO lado.
Mientras escribo estas líneas me reconozco tentada a continuar lejos del lado oscuro. Sí puede que sea porque dos días no son suficientes para ver si realmente es necesario tener un teléfono móvil activo.
Lo que sí es cierto es que este divague no hubiera tenido lugar en otro contexto.
Disfruto del acontecimiento y considero que desenchufarme de tanto en tanto, tampoco es algo tan descabellado
o que me vaya a llevar al colapso.
Ya solo por esto, agradezco esta desconexión involuntaria.
Ahora ya sé que hacerlo de manera voluntaria, es una posibilidad.
DESPUÉS…
72 horas “incomunicada” y “he sobrevivido”. Regreso a la conexión.
Sucede así de instantáneo y de manera tan predecible. Regreso, aunque no me he ido en ningún momento, y un montón de preguntas me esperan en la puerta incluso antes de entrar.
Entre esas preguntas, está una que me hago a mí misma:
¿Qué se me mueve pensando que he estado
“incomunicada”?
(Insisto: incomunicada entre comillas porque no me he ido a ningún lado).
Respuesta. Una sensación de que me quedo fuera.
Que me voy a perder algo.
Que no puedo decir “estoy aquí”.
Que mi presencia queda silenciada.
Que parece que desaparezco y no hay nadie “al otro lado”.
Que, de repente, mi ritmo se enlentece, se naturaliza realmente, y eso me lleva a despegarme del afuera que me proporciona la velocidad y la vorágine, y me conduce a acercarme a mi centro. A mirarme, sin posibilidad de jugar al despiste.
A encontrarme con mi pálpito.
Puede que a no entender algunos latidos, y a sostenerme igualmente ahí, aunque no entienda, porque no existe la posibilidad de mirar hacia otro lado.
Sostenerme. Estar presente. Permanecer en lo que me incomoda por no tener una explicación, me tambalea.
Cuando algo se muestra de manera tan evidente y no lo puedo explicar, siento confusión. Desequilibrio. Y el impulso es querer salir de ahí. Desear dejar de estar “incomunicada”, en este caso.
(…)
Siento que vivimos una vida veloz.
Que vivimos a la velocidad de las ondas.
De los tonos de notificación. Y que, cualquier cosa que suponga caminar más lento, nos desespera.
Es curioso. Porque caminar más lento significa hacerlo más consciente, y resistirme a la lentitud implica entonces resistirme a la consciencia.
Sigue dando este tema para escribir.
Estoy sorprendida…
Prescindir del móvil en este momento trae consigo un rato, casi sin tiempo, con una taza de té verde y jengibre, y unos instantes agradables para escribir y disfrutar del clima que, por suerte, se ha hecho más suave en las últimas horas.
_____________
Y para ti, ¿qué te trae estar un rato “incomunicad@”? ¿Te atreves a estar unas horas… un día entero? (ésta es una pregunta que me hago a mí misma, porque no voy a negar que mi incomunicación ha sido forzosa. ¿Sería capaz de elegirlo voluntariamente? Quizá te cuente más adelante 😉
Si has probado, ¿qué encuentras? Es fascinante, sea lo que sea 🙂 Porque sea lo que sea, siento que nos dice mucho y eso, es un regalo.
____________
Libro recomendado: elogio de la lentitud. Carl Honore. 2017.
Querida María, tardo días en leerte y contestar porque justamente estoy practicando el desconectar. La práctica me llevó a generar el hábito del móvil como herramienta (confieso que librarse del efecto juguete-distracción-> autoboicoteo es la parte que se me resiste, ya consciente va con más humor la cosa jeje). La angustia por perderme algo, por no estar al día, etc poco a poco se ha relegado a un segundo plano. ¿Cómo lo hice? Pues comprometiéndome con el qué, deseando mi paz interior, mi calma, poniéndola como prioridad frente a lo que entrase de fuera arrasando y confiando en que mi cómo, poco a poco, se iría dando y gracias a ti me doy cuenta que se ha dado, un positivo para hoy!!!💪😅 Ahh y grandes dosis de paciencia y amabilidad conmigo misma. Se va gestando lento, sereno, sin pausa como tu bella prosa. Besos!!😘😘
Qué bueno leerte en tu caminar, Faith, y en tu intención puesta en hacerlo con consciencia 🙂
Un abrazo gigante