¿Qué impulsa a un niño a crear?
¿Qué clase de motor se desata dentro de una niña para que sea capaz de inventar casi sin límite?
En el sur y en el norte. En el oeste y en el este. En cualquier lugar, la imaginación campa a sus anchas dentro de un infante.
Una mezcla de curiosidad, de afán de experimentar y una buena dosis de atrevimiento y ausencia de miedo, son los ingredientes que caracterizan a cualquier pequeño ser humano.
Entonces, ¿qué clase de embrujo nos atrapa y se enreda cada vez más, a medida que crecemos?
¿Qué sortilegio se apodera de una persona adulta de tal manera que le hace llegar a creer que no es creativa?
No es cierto que no seamos creativos.
Estoy convencida de que, de alguna manera, olvidamos serlo. De que, en algún momento, elegimos, aunque fuera de manera inconsciente, mirar hacia otro lado para convertirnos en personas «serias», «formales», vacías de locura creativa, y contenidas en imaginación.
No sé si elegimos apostar por la «productividad» o por los cánones que creíamos establecidos, o fue un ataque de inmadurez adulta. El caso es que me encuentro con un montón de gente adulta que se declara abiertamente poco o nada creativa.
Sin embargo, el duende creativo habita dentro de todas las personas. Nunca dejó de habitarnos, aunque aprendiéramos a mirar hacia otro lado.
Estoy convencida.
Sigue latiendo.
Se mantiene despierto.
Y basta con abrirle un poco la puerta para que salga a corretear y a hacer piruetas.
Te invito a abrirle la puerta de par en par.
Sin peros ni cortapisas.
Prueba a que todo valga.
prueba a sacudirte las telarañas y recupera tu lado aventurero.
Aventúrate a crear una historia sobre la magia de la creatividad en tu vida.
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