La energía del otoño me trae la importancia de algo evidente. Tan evidente que, en esta época del año, es posible verlo a flor de piel. De la piel de la tierra.
Tan evidente que es imposible que pase desapercibido.
Me refiero a soltar. A dejar ir lo que una siente que ya no le aporta valor.
Me lo recuerdan los caminos rebosantes de hojarasca.
La imagen de los árboles desnudándose seductores ante la atenta mirada del viento frío que no los intimida lo más mínimo.
El aire arremolina las hojas secas junto a las rocas, y lleva a que las ramas más débiles se precipiten al vacío, separándolas del tronco que les condujo la vida a su través.
Sin embargo, decir únicamente que es un tiempo con sabor a soltar, sería como dejar un cuento a mitad de contar.
Soltar hilvana una historia profunda.
El otoño es tiempo de limpiar, de revisar y decidir qué se queda y qué se va.
De poco sirve dejar ir a la ligera.
Es una estación que mueve a preguntarse qué es lo que mantenemos, siendo conscientes de que ya no nos aporta valor y simplemente mantenemos en nuestra vida por inercia. Por no llevar a una sensación de vacío, de desgarro, de pérdida que siempre resulta un tanto incómoda.
Lo que mantengo habiendo elegido conscientemente que lo haga, me conecta con una sensación de coherencia.
Lo que permanece casi sin que sepa por qué, ocupando un espacio en la estantería, en un rincón de la casa, en incluso en el hábitat de mis relaciones, me pregunto si tiene sentido real, vivo, mantenerlo conmigo.
El otoño es tiempo de reducir la marcha.
Disminuir la velocidad es la única manera que encuentro de poder mirar despacio. De detenerme el tiempo que necesite delante de algo para preguntarme si lo siento como algo vivo en mi vida actual, o viene languideciendo, e incluso desapareció del mundo palpitante hace tiempo, y lo sostengo con una inversión importante de energía que descuido de invertirla en otro lugar.
El otoño es tiempo de caminar despacio. Mirar con atención. Respirar lo que veo y preguntarme qué espacio físico y energético tiene en mi vida actual.
Soltar va mucho más allá del propio concepto.
Soltar implica respirar y elegir.
Se quede o no lo haga aquello sobre lo que estamos decidiendo.
Elegir qué es lo que continúa acompañando mi caminar y qué elijo agradecer por haberme acompañado hasta aquí y, sencillamente, ya no va conmigo.
Porque me añade peso. Incorpora ruido. No permite que el aire circule con libertad trayendo experiencias nuevas.
El otoño va de empezar a entrar hacia dentro.
De limpiar bien ahí fuera para que, al volver a salir a la vuelta de lo que tenemos establecido como el principio del calendario solar, nada se oponga a que podamos desperezarnos, desplegarnos, ensancharnos.
El otoño llama a preguntarnos qué es lo que nos invita a ser, y qué lo que nos separa de serlo. Lo primero, se queda. Porque a su través, siento que pertenezco.
Lo segundo, se va. Porque su presencia me lleva a distanciarme de vivir plenamente y aportar brindando toda la magia que albergo.
En realidad, otoño significa disminuir a velocidad.
Hasta las hojas de los árboles caducos caen despacio, lejos de precipitarse sobre la tierra como un peso pesado.
Podrían soltarlas a un ritmo frenético. Y entonces no se estarían dando permiso para sentir todo el proceso.
Se expondrían a dejar ir, si lo hicieran a la ligera, alguna otra parte de su estructura que les viene bien mantener para sostenerse durante el invierno.
Leer este texto hace que florezca la calma. Gracias Maria
A ti por compartirTE, Marta 🙂
Brillante
Me identifico as dicho lo que yo siento.un abrazo largo
Gracias, Jose. Seguimos caminando.