Abro los ojos.
Estiro cada pestaña sin necesidad de tocarlas.
No hace falta.
Estaban pidiendo salir del letargo y cuando abro las ventanas, sonríen y se despliegan por sí solas.
Acciono el picaporte y la puerta se abre de par en par.
Entra la luz. Se desliza entra la niebla que aún puebla el entorno.
Miro atentamente y descubro que se escurre como hilos dorados abriéndose paso entre las hebras de algodón que envuelven casi todo.
Me quedo ahí quieta unos instantes.
Contemplo el paisaje que, poco a poco, se va transformando como si también se desperezara, desenrédandose de las sábanas que lo han envuelto durante más de doce meses.
Parpadeo.
Vuelvo en mí.
Regreso dentro para prepararme una taza de infusión invernal.
Jengibre, tomillo, regaliz y una pizca de canela.
Los últimos días están siendo más fríos que hace unas semanas.
El invierno hace acto de presencia sin necesidad de esconderse.
A estas alturas del año ya no es necesario que juegue al escondite.
Este es su momento de gloria.
La semana que viene será la noche más larga del año.
La estación que vestimos de blanco en el imaginario de este hemisferio del planeta también lo sabe. Por esta razón empieza a jugar a preparar cada mañana los campos cubiertos de escarcha.
Abrazo la taza acogedora entre los dedos que se alargan, queriendo empaparse a manos llenas de cada partícula del calor que desprende.
Despliego la mirada a través de la ventana.
Allá a lo lejos, las montañas han salido a pasear con las cumbres tocadas con birretes blancos.
Tomo un sorbo y el humo que asciende humedece el flequilo que se atreve a asomar la nariz para oler el brebaje.
Continúo el paseo de la mirada por el exterior, sin salir del calor del interior.
Disfruto de la vista.
Mi lugar está ahí fuera.
Desplegando las ganas de acariciar los árboles. De hundir los pies en la tierra fresca.
Por qué no. De gritar sin pudor sabiendo que el silencio del bosque, lejos de truncarse, adquiere sentido también para abrigar cualquier salida de tono si es que existe algo desubicado.
El último año ha sido extraño.
Me doy cuenta ahora.
No lo advertí en el tiempo real.
Mientras todo se agitaba (y sigue agitado), creía mantener la serenidad sin apenas alterarme.
Sin embargo, la rebelión se estaba fraguando también de puertas para dentro.
Las libretas siguen esperando encontrarse con el bolígrafo como el primer día antes de que todo se tiñera de rarezas y sorpresas.
Las últimas visitas que han recibido han sido con motivo de crear contenido dirigido para un par de talleres. Más recientemente para hilar el devenir de los encuentros de la tribu de las tejedoras de palabras.
Pero echan de menos las citas a ciegas.
Los encuentros espontáneos.
Las visitas sin avisar. Así, a voz de pronto.
Los últimos doce meses ha habido poco de escribir por escribir.
Pocas páginas matutinas.
Pocas historias compartidas hacia afuera sin motivo.
El cuaderno nómada viene acumulando polvo in crescento desde que el mundo se puso patas arriba.
Supongo que mi mundo interior también se contagió de esa posición.
Le resultó más cómodo quedarse ahí.
O simplemente necesitaba enajenarse sin preguntarse cómo ni por qué.
Ahora, mirando a través de la ventana cómo los hilos de luz logran diluir las últimas hebras de niebla, entiendo que necesitaba esta enajenación para estar presente en lo que pedía ser atendido en lo cotidiano.
Entonces me doy cuenta de que todo ha sido perfecto. Todo está más que bien.
La ausencia me ha traído a darme cuenta del cambio que pide ser accionado sin más demora.
Las tímidas maniobras de últimamente, consideran que ya son suficientes.
Que ya es hora de que me aventure sin ningún tipo de pudor.
Sé que necesito ordenar todo un poco.
Que los cuadernos necesitan que los ponga en marcha de nuevo.
Que mi casa virtual pide atención y cuidado. Es la única manera que hay para que responda a la intención con la que fue creada.
En la puerta de entrada a los próximos doce meses, con la niebla disipándose y una vista más clara sobre el horizonte, escucho la llamada para la puesta en acción.
El cuerpo me pide movimiento.
La capacidad de crear sale de debajo de la alfombra para dejar de soñar y regresar a la materialización de los sueños.
Lo que vendrá no me aventuro aún a desvelarlo.
Prefiero cuidar el calorcito de incubación.
Sé que tendrá formas diversas.
Circular.
En equipo.
Con momentos de intimidad. Y otros de emisión en abierto.
Lo cierto, en cualquier caso, es que proyecto que sean doce meses de máximo sentido.
Salir de la huida y el camuflaje para entrar en la mirada cálida de frente.
Honrar lo que me regala cosquillas de emoción.
Aquello que me devuelva aire fresco para, a partir de ahí, emitir señal nítida que pueda ser compartida en una única dirección: aportar valor real desde este lugar.
Me encanta María 🙂
Siempre tan cálida, tan transparente de sentimientos, tan «compartidora» y…… tan relatora a partes iguales
Que seas muy feliz en este nuevo-renovado tiempo de compartires…………………… Abrazos largos y cálidos
Vamos allá con la nueva y motivadora tejida. Abrazo grandote
Esperando con ilusión que nos vayas desvelando tus próximas acciones. Un besito.
Seguimos leyéndonos en los cuadernos y espacios abiertos 🙂
Hermoso volver a leerte, qué bonitísimo escribes!!! Con tantas metáforas , tanta calidez de corazón…hay que tener tiempo del bueno para expresarse así, tiempo de espera, de pausa, de conexión con la sustancia verdadera. Te deseo unas renovadísimas vueltas de espiral (doble!) en este año que está por comenzar. Abrazos de ultramar.
Abrazo grande,amiga. De lado a lado del océano que nos une 🙂
¡Precioso, María! Y, como siempre, en sintonía con el movimiento de afuera y de dentro… abrazo de/desde la tribu de tejedoras de palabras 🙂
Movimiento en doble espiral: dentro y fuera 😉
Un abrazo, maga de las palabras.