Soltar expectativas.
Soltar lo que no me pertenece.
Soltar la responsabilidad impuesta desde fuera.
Soltar los contratos vacíos.
Lo que hace tiempo dejó de tener sentido.
Dejar de aferrarme.
Reconocer que ya no estoy ahí.
Que el lugar es otro.
Que yo también soy otra.
Que el mundo es otro.
Soltar amarras.
Dejar que lo que sobra se escurra entre los dedos.
Soltar lastre.
Dejar ir, como reza el título de un libro [1] que me costó varios meses acabar de leer.
Dejar que se marche.
Soltar la necesidad de retener.
El empeño y el ahínco porque se quede.
Que la insistencia por pertenecer deje de acontecer.
Soltar la cuerda que amarra la embarcación,
y dejar que se mueva a merced de las olas.
Soltar el muelle que mantiene cerrada la puerta de la jaula.
Dejar caer el telón.
El velo que no deja ver qué es lo que hay detrás.
Aquel que tampoco deja ver con claridad y vela la mirada.
Soltar el fuelle del acordeón y dejar sonar las notas a su aire.
Soltar amarras de nuevo.
Arriar las velas.
Zarpar sin rumbo fijo o con horizonte marcado. Tanto da.
Soltar lastre. Peso. Carga.
Navegar con ligereza.
Soltar la necesidad de controlar la ubicación exacta.
Dejar a un lado la brújula. Sólo para ver qué pasa.
Ganar altura.
No sé si en metros sobre la superficie de la tierra. Pero sí traducida en una mayor perspectiva.
Soltar el asidero.
Aunque sólo sea por un instante.
Para ver qué se siente con el tambaleo.
Soltar el extremo al que se ata la cuerda floja,
y caminar sobre ella cual funambulista.
Soltar el miedo a zozobrar.
A perderse sin remedio.
Soltar la esperanza de mantener constantemente una posición erguida, restando fluidez al movimiento.
Soltar el bastón e intentar caminar sin lazarillo. Hacerlo a tientas.
O no tan a tientas. Avanzar escuchando el propio aliento.
Soltar lo que condiciona. Lo que limita.
Lo que le pone puertas al campo.
Soltar la rigidez.
Romper la monotonía.
Dejar a un lado la rutina.
Soltar la necesidad de no quebrar las normas.
Dejar a un lado lo habitual. Lo políticamente correcto.
Los acuerdos acordados.
Romper moldes. Sacar los pies del tiesto.
Dejar la normativa a un lado para salir de la cuadrícula.
Soltar amarras de una vez por todas.
Tanto decirlo…
Navegar y llegar a buen puerto. Un puerto situado a 360º del punto de partida.
Un puerto que no es otro que donde acabo tomando tierra tras haberme abandonado a ser atravesada por la soltura.
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[1] Hawkins, D.R. (2014): Dejar ir. Ed. El grano de mostaza. 332 pp.
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Foto: Edrece Stansberry (En: Unsplash)
Sin comentarios, María. Qué bien expresado…libertad!!
Te quiero, amiga.
Charo.
Un placer compartir y un lujo caminar juntas 🙂