Cada vez me cuesta menos cerrar.
Hace un tiempo adopté el nombre de Nómada. Es curioso, porque este gesto que inicialmente no tenía mayor trascendencia, con el tiempo me he dado cuenta de que me lleva a reconocerme en algunos aspectos concretos de mi persona.
Cada vez me cuesta menos salir, soltar, elegir, cambiar.
Cerrar implica un cambio.
No pongo el acento en la oscuridad que se genera como cuando cerramos una ventana o una puerta.
Lo hago intencionadamente. Porque cerrar, en esencia, a mi modo de ver, implica eso: un cambio.
A veces me río porque me cuesta mucho “sentar cabeza”, como se suele decir.
Otras veces, me digo a mí misma: “el apodo de nómada veo que tiene sentido”.
No sé si tiene sentido o, tanto autodenominarme nómada, al final ha arraigado de manera tan clara que empieza a traducirse en un estado de equilibrio cambiante.
Estábamos hablando de cierres. Es cierto.
Comento esto porque una dinámica nómada implica entrenar la habilidad de cambiar de registro con frecuencia.
Oímos la palabra nómada y nos imaginamos a alguien con la mochila dando vueltas por el mundo.
Sin embargo, nómada también es aquella persona que integra el cambio (de entorno físico, de planteamientos o maneras de hacer) en su dinámica de vida de manera natural.
Cambiar implica la acción de cerrar cada tanto.
Salir de un lugar (externo o interno) para entrar en otro nuevo.
Dejar una cosa para coger otra (material o intangible).
Desidentificarse para abrirse a algo distinto.
Soltar para dejar espacio.
Los cierres y los nómadas caminan de la mano.
Se dan permiso mutuamente.
El nómada le permite al cierre manifestarse. Continuamente. Con la frecuencia que sea. Pero siempre cada tanto.
El cierre le permite al nómada serlo. Le invita a adoptar una cierta ligereza, a descargarse de lo que le pesa o le condiciona en su caminar.
Cerrar para avanzar. Ésta sería la idea central que vincularía a ambos personajes: los nómadas y los cierres.
La resistencia a los cierres trae consigo sujección, inmovilidad, sedentarismo.
La apertura a los cierres regala liviandad, enraizamiento, nomadismo como cambio.
Enraizarse no creo que sea sinónimo de inmovilidad.
Puede que la expresión “echar raíces” lleve a confusión a la hora de definir todo el contexto que envuelve al término “raíz”.
Enraizamiento me suena a seguridad, identidad, sentido de pertenencia.
La apertura a los cierres pone a prueba el vínculo que establezco conmigo misma.
Cuando siento que ese vínculo es fuerte, abro y cierro con facilidad.
Salgo y entro sin cuestionarme demasiado.
Suelto y dejo espacio de manera natural.
A medida que pasa el tiempo, no sé si cambio más de lugar físico o geográfico, tal y como reza la definición tradicional de nómada, pero lo que es evidente es que me cuesta menos integrar cambios en mi vida.
A veces, incluso, me sorprendo motivando yo misma esos cambios: abriendo y cerrando como si fueran dos partes de una misma danza.
Deja una respuesta